Una mujer singular
1960. Victoria se había convertido en el pilar de la casa, en la persona que tuvo que decidir muchas veces sobre el futuro de su núcleo familiar. Era una “viuda de vivo”. Su esposo, Juan, nunca pensó en regresar de Suiza. Mientras Victoria le esperaba, él había rehecho su vida en el país helvético con una nueva familia “ilegítima”. Para Juan Suiza era diferente. Por allí no pasaron guerras mundiales, ni penurias económicas. Encontró en Berna no sólo empleo sino también sosiego.
El futuro de Victoria fue complicado, ya que no tuvo más salida que la de emigrar a la ciudad para colocarse en el servicio doméstico y dejar a sus tres hijos al cuidado de los abuelos. Poco sabemos de su vida laboral sin contrato, sin seguro, sin documentos… Era analfabeta y desconocía por completo conceptos como los derechos laborales, los derechos humanos… Confió en “el señor de la casa”, un médico del pueblo afincado en Madrid. Poco era el salario de Victoria, pero muchas las horas de trabajo sin vacaciones ni festivos. Eso sí, la querían y trataban “como a uno más de la casa”. Alguna vez, en días señalados, comía con todos a la mesa. La señora de la casa era un poco más pícara. Valiéndose de la ignorancia horaria de Victoria, muchos días le adelantaba el despertador para que se levantara antes. Al atardecer, lo retrasaba. Su vida era una cinta que no paraba ni rebobinaba. Trabajar y trabajar.
Victoria tuvo que regresar a Ricosende, su pueblo natal. Sus padres, ya de avanzada edad, la reclamaron. Con 53 años se vio en la calle, sin nada. Gracias a su pequeña huerta, a sus gallinas, conejos y dos cerdos se iban “sosteniendo”.
Por una amiga se enteró de que existían pensiones, que podía cobrar una paga, que podría denunciar su precariedad laboral… Al parecer, no cumplía todos los requisitos.
Marchó un día a Ourense. Un despiste provocó su atropello en un paso de peatones. Nada grave. El conductor, conmocionado, no cesaba de pedirle disculpas. En el lugar del siniestro apareció el representante de la aseguradora del vehículo. Victoria no paraba de gritar: “Eu solo quero unha paga”. Las malas lenguas dicen que fue ella la que se tiró al coche.
Y es que al final te das cuenta que Abraham Lincoln tenía razón «Lo importante no son los años de vida, sino la vida de los años». Pocos afortunados se dan cuenta a tiempo.