Un Cocodrilo en el retrete, un Lobo en la cama y una Boa en el armario
Es conocida la leyenda urbana sobre cocodrilos habitando en las redes cloacales de grandes urbes, muy bien alimentados por lo que allí haya en abundancia.Turistas comprando simpáticas lagartijas en el Caribe, y llevándolas como souvenirs escondidas entre el equipaje. Los bichos crecen y, los espantados dueños se deshacen del Crocodylus Acutus vía retrete a la primera mordida.
Todo hecho carente de sentido común y que implique torpeza, ignorancia o desaprensión humana es creíble.
Un peluquero, conocido por sus extravagancias, regreso de sus vacaciones tropicales con una mascota singular, una pequeña y vistosa serpiente. Inusualmente cariñosa en opinión del flamante dueño ya que solía enroscarse firmemente a su muñeca cual bijouterie. Llamada Marlene, el hombre la exhibía con afectada indiferencia, acrecentando así su fama de excéntrico.
El peluquero, ya advertido por quien se la vendió, debía darle alimento vivo, esto es pequeños gusanos utilizados para la pesca. Marlene reptaba libre por la casa, y crecía. Cada muda de piel era cuidadosamente guardada, otro objeto pintoresco del cual alardear.
Tanto creció, que los gusanos resultaron insuficientes, el peluquero le ofreció carne cruda, pero el animalito no la aceptaba. Haciendo de tripas corazón consiguió un pollito, Marlene, hizo una rápida contorción y se lo comió. Más amable que nunca durmió su digestión haciendo de brazalete en el brazo de su benefactor.
Con el cambio de dieta, la serpiente creció más rápido, al alcanzar el metro y medio ya era la estrella entre los amigos del peluquero, no se cansaban de fotografiarse con ella.
Uno de ellos tuvo la ocurrencia de colocarse a Marlene como bufanda, en su cuello.
Ella apretó, y costó mucho liberar al casi estrangulado amigo del abrazo corporal de la mascota.
El peluquero jamás asocio la fuerza compresiva de la serpiente con su verdadera identidad, que en ese momento se dio a conocer, era una Boa Costrictora.
El miedo de ser ahorcado hizo que el buen hombre la liberara en los Bosques de Palermo.
Bien escondida, ya que era astuta, Marlene siguió creciendo, comiendo pájaros, ratas, gatos, perros y, bien, no es raro que la gente desaparezca en Buenos Aires.
Un matrimonio, viajando por Paraguay adquirió un adorable cachorrito de espeso pelaje rojizo.
Indudablemente de raza poco corriente, bellísimo animal, tranquilo aunque imposible de domesticar, llego a la madurez más rápido que los perros comunes. Adulto ya, superaba el metro de altura hasta la cruz, y metro y medio de largo sin contar la pesada y peluda cola. Si bien se mostraba pacífico tenía reacciones impredecibles. El matrimonio gozaba con las adulaciones que el imponente animal recibía, era para ellos un raro objeto digno de mostrarse.
Hasta que, alguien más suspicaz que ellos, les advirtió que la raza del can era Aguara Guazu, es decir, una especie de lobo.
A pesar de que en su hábitat natural no son peligrosos ni con la gente ni con el ganado, fueron cazados impiadosamente y casi extinguidos, pero estos Aguara Guazu citadinos alteran su comportamiento contagiándose de la histeria de cualquier habitante de Buenos Aires.
Rápidamente el asustado matrimonio abandono al animal en un suburbio, a su suerte, que por cierto le fue propicia.
Se murmura, en las afueras de la ciudad, que pequeñas manadas de extraños perros, con un modo de trotar singular, sigilosos y en extremo territoriales vagan sin rumbo. También se murmura de niños desaparecidos.
No se puede criticar al humano por su ignorancia, por su desaprensión, su snobismo, su manía de «cosificar» animales, no, los humanos no son culpables de nada.
Pero, cualquier cocodrilo, boa, lobo, cualquier animal salvaje deambulando sin permiso, si es culpable.
Por eso reciben, cuando se los encuentra, la pena de muerte.