Sirenas
El mito de las sirenas esta presente casi desde el comienzo mismo de la cultura, en todos aquellos pueblos que enfrentaban tanto el misterio marino como el de grandes ríos.
En el antiguo Egipto, seguramente importadas de civilizaciones más antiguas aun, como Mesopotamia, existía el concepto de sirenas, si bien con morfología distinta a la posteriormente difundida.
Son tan completas, tan definidas en su identidad, que el ansia de lo fantástico alimentó durante siglos la creencia en ellas. El potente mito sugiere que algo real vibra ahí, algo tan real como un presentimiento.
Figuras fascinantes, inofensivas en las profundidades del océano, letales en la superficie.
En las culturas de Medio Oriente no se hundían, al contrario, se elevaban, ya que eran híbridos de mujer y pájaro.
Se les atribuían vínculos funerarios, tanto como acompañantes de difuntos en su paso al más allá, como causantes del paso. Siempre alimentándose de carne humana «viva», siempre poseedoras de cantos hipnóticos, trampa para el oyente que pierde su voluntad y cae, literalmente, en sus fauces.
En algún momento, tres mil años atrás, sus formas cambiaron junto con su hábitat, que se convirtió en definitivamente acuático, ya que la relación rio-océano y muerte o paso a la misma era un arquetipo potente.
Mujeres peces, hijas de nadie, criaturas sin linaje, si bien posteriormente se intentó darles uno.
Es de hacer notar que no tienen relación con las Náyades, Ninfas u Ondinas, y demás seres en general benignos, las sirenas pertenecen a otra casta.
En la leyenda de los Argonautas se las menciona con reverente temor. El astuto Odiseo, treta mediante, es el único mortal que escuchó sus voces y sobrevivió, llevó por el resto de su vida la carga de añoranza por volver a oírlas.
Y así, por siglos, avezados marinos juraron haberlas visto, hace dos mil años, quinientos años y hoy.
Circulan documentales dando cuenta de una curiosa teoría, según la cual, cuando el humano era poco mas que un primate, una rama de ellos se separó debido a algún cataclismo, y buscó seguridad dentro del océano, aplicando la teoría de la evolución, esos humanos tomaron forma de peces, como las ballenas, que en definitiva son mamíferos.
Según dicha teoría, hasta llegaron a un alto grado cultural, y ahí las cosas se ponen demasiado espesas, con menciones a la Atlántida, sin embargo, por mas bonito que sea, nada se ha podido probar, es hasta ahora, otro atractivo cuento.
El cristianismo las relacionó con el pecado carnal, y fueron representadas con un peine de oro, símbolo de voluptuosidad, y portando un espejo, relación maléfico para el pensamiento pío.
Es claro que el posible acceso carnal directo y pleno con esos seres sería imposible.
Andersen cambió radicalmente la personalidad de ellas, con su cuento, fueron dotadas de bondad, sacrificio, sufrimiento y enorme capacidad de amar.
Sin embargo, la versión original feroz y depredadora volvió.
Dicho esto, analicemos el antes mencionado «presentimiento», que bien ya se ha comentado es basal en leyendas especialmente arraigadas.
Existen varios elementos veraces.
Uno, el más conocido, es una clara enseñanza propia de fábula, el peligro en el engaño del cantar, el cuidarse del atractivo propio del depredador. No dejarse engañar por el «canto de sirena» es el más claro mensaje en esta leyenda.
Sin embargo, otros mensajes y temores primigenios convergen y refuerzan el mito. Se puede asociar fácilmente con el sub consciente, su profundidad, y lo que se desliza y mora en el.
Volvamos al agua, a las profundidades, al océano o ríos, todos ellos han sido relacionados con el más allá, lo que no se deja ver, el misterio negado al humano.
Las sirenas existen, están flotando en la oscuridad de nuestro sub conciente, esas zonas que nos emparentan con los reptiles, con nuestra «animalidad», son retazos de nosotros mismos, atractivas, subyugantes, pero caníbales, feroces, altamente peligrosas si oímos su llamado.
Sirenas somos nosotros, eso que no vemos ni entendemos de nuestra propia mente, pero indudablemente esta, el inframundo donde reinan las pesadillas, la locura, las obsesiones, atractivas y letales. Solo si de casualidad se nos hacen visibles, el retorno es poco probable.
Sonia Drusila Trovato Menzel (Ilustración y texto)