Pulso
Buenos Aires tiene pulso, profundo, como si algo anidara muy por debajo de sus kilómetros de asfalto. Como una bestia colosal que extrajera humedad del Río de la Plata, la pasara por su dura piel, y la exudara desde lo profundo hacia arriba, humedeciendo calles y paredes, pudriendo hasta la piedra con su fetidez.
Ese pulso es inaudible, tan bajo, tan grave, pero se percibe en el vientre. Un golpe seco, dos, tres…
No siempre es regular, cada vez más, pierde el ritmo, el pulsar se vuelve irregular, y enloquece a la gente. La sensación física es dolorosa, se alteran los pasos, las voces, los pensamientos, cuatrocinconuevedoce, el diafragma se contrae, los sonidos se distorsionan, las palabras pierden sentido, todo se desdibuja en la fibrilación.
Las ondas de sonido silencioso que aturden se extienden hacia el interminable conurbano, sin perder potencia, histéricas, inquietantes, y así todo vibra, veinticincotreintaydostreintaysiete…
Buenos Aires sabe de leyes, y mucho, pero nada de justicia.
Sus habitantes marchan a paso de ganso con ese ritmo desarmónico, tropiezan, pierden el rumbo, el pulso marca las acciones. Es violencia que late en su estado primordial, violencia en millones de rostros contraídos, palabras vacías, en imágenes desgarradoras.
Gente sacada de su eje, moviéndose con la soltura de un espasmo. Pensando en espasmos, actuando en espasmos. Espasmos de espantos. Espanto de espasmos.
Un pulso, y un coche cuyo conductor ebrio atropella a una mujer con su niño en brazos, escapa zigzagueante, un ladrón de catorce años mata para apropiarse de unas zapatillas de marca, otro roba a un anciano que sale del banco con su patética jubilación, lo empuja y le fractura el cráneo, una madre envenena a sus hijos, un joven es arrojado al paso de un tren luego de que le robaron unas monedas, un niño es arrastrado bajo las ruedas de un coche varias calles por un conductor que ni lo vio en su loca carrera, una joven es enterrada viva. Silencio, estupor, y va el siguiente pulso, un marido clava cien veces el cuchillo en la cara y cuello de su mujer, un enfermo muere por falta de suministros en un hospital, decenas de jóvenes son violadas con furia, algunas mueren. Cientos venden drogas peligrosas a adolescentes, quienes en poco tiempo se convierten en marionetas malvadas, una anciana busca comida en la basura, una vedette gana en una noche de placer con un sindicalista eterno lo que un obrero en diez años. Un juez libera a un violador serial, otro libera a un violador de un niño con la excusa de que la criatura de seis años es homosexual, un político se guarda un importante fajo de billetes en su bolsillo, otro político hace lo mismo, cien políticos hacen lo mismo en el mismo momento.
Silencio, el aire es espeso, otro pulso, una bala perdida perfora el corazón a una niña en el patio de su escuela, un político en funciones manda millones de dólares a su cuenta en el exterior mientras besa a bebés para las cámaras de TV, un médico hace una cirugía a un hampón con el arma de otro amartillada en su sien, un juez deja libres a decenas de asesinos, dos hombres se golpean hasta matarse por una disputa de tráfico, una mujer muere en manos de un hombre enloquecido que se considera con derecho a matarla, otra mujer, otra, una más.
Pausa, silencio, otro pulso. Un ministro de economía dice que hablar de la pobreza existente es discriminar, unos indígenas tobas son molidos a palos en pleno 9 de Julio, docenas de puertas son derribadas en las noches por ladrones, los habitantes de las casas agradecen estar vivos. No todos. Cadáveres son encontrados en los basurales, víctimas de secuestros extorsivos, violaciones, la trata de blancas, negras, indias, mulatas, todo lo tratable y el narcotráfico son ahora industria nacional. Un hombre pierde el control de su coche por un piedrazo arrojado desde el costado de la ruta, vuelca, los ladrones lo desvalijan mientras el hombre agoniza. Una familia es asesinada. Otro vehículo es apedreado, los asesinos entran y salen, tienen impunidad. Desde las prisiones operan bandas de secuestradores, un sacerdote viola a niños otro sacerdote viola a niños un niño viola a otro niño.
Pausa, silencio, otro pulso atronador venenoso, presidentes auto elogiándose en cadena nacional, miles de ancianos mueren por no acceder a sus medicinas, niños desnutridos con un futuro de desgracias, niños adictos con armas de ejército, vehículos robados, vehículos atacados quemados con gente dentro, fiscales que no ven, fiscales que dejaron de ver, derechos humanos sólo para narcotraficantes y ladrones.
Policías inoperantes con chalecos antibalas vencidos comprando balas con su sueldo, ministros que se pavonean, una mujer que vio algo que no debía ver es arrojada desde un décimo piso.
Aparece una mujer quemada hasta los huesos en una calle concurrida, nadie vio nada, nadie sabe quien fue.
Pausa, silencio, otro pulso, familias enteras viviendo en las calles céntricas, mendigando, manos mendigas por doquier, algunas tersas y pequeñas, otras encallecidas por décadas de trabajo, manos que se extienden, manos que suplican, manos que se cierran, manos que golpean.
Gente rota, pedazos de dignidad entre montañas de basura, el pulso infernal no cesa, y las gentes se acostumbran, lo que apenas ayer era un drama hoy es cotidianidad. La atmósfera es tóxica, el horror se hace normalidad, nada llama la atención, nada es lo suficientemente espantoso para que algo cambie.
El pulso se expande en oleadas por todo el país, la ola subterránea degrada todo, las miserias humanas se exponen en su máximo potencial, y se naturalizan. Argentina entera tiene aspecto malévolo, degradado, hermanos que se muerden entre ellos, anarquía feroz, el pulso es cada vez más rápido, histérico, levanta la tierra y muestra el hedor de la muerte.
Un pulso irregular, un ritmo infernal, ni rastros del dos por cuatro.
Sonia Drusila Trovato Menzel