“Personas”

  • Por Juan «El letrastero» desde su sección “Acuéstate y suda”

Hace poco más de un mes, estando en Madrid, reparé en la cantidad de personas que dormían (viven) en la calle. Tal vez sea que, llevaba casi dos años sin pisar una gran ciudad, y lo que antes veía a diario en Barcelona, ahora me llamaba más la atención. Y digo esto último, porque eso de vivir en la calle, es algo terrible para el que lo sufre. Lo dickensiano puede parecer interesante, vale, pero para la literatura y punto. Igual la culpa la tenga mi madre, pues de bien pequeño escuché a todas horas como sufría por la gente que no tenía techo, ya fuese con las inclemencias meteorológicas, o por no encontrar justificación alguna a esa pasividad por parte de los poderosos, pues carece de toda lógica.

 

‘El defensor de los pobres’, así me bautizó la profesora Encarnita en 4º de E.G.B. cuando protestaba a la mínima injusticia que asomaba la pata por las aulas

 

Cuando veo a PERSONAS (que no se nos olvide lo que son) tiradas con sus pertenencias en la acera o en cualquier rincón, me sigue entrando una mezcla de bajuna y rabia al mismo tiempo. “El defensor de los pobres”, así me bautizó la profesora Encarnita en 4º de E.G.B. cuando protestaba a la mínima injusticia que asomaba la pata por las aulas. Sí, el mismo que siente y cansa. Porque con el paso de los años, hay cosas que no comprendo ni comprenderé jamás. Tal vez, la culpa recaiga de nuevo en mis progenitores; pues me tragué demasiados programas de “Informe Semanal”. Siempre he tenido muy presente a aquellos niños etíopes a los que se los comían las moscas, o a los de los arrabales de Río de Janeiro. Si yo pensaba que en los recreativos de la esquina de mi calle se encontraba lo “mejor” de cada casa (parece sacado de una canción de Rosendo… “El Ganador”), tras ver un reportaje de las favelas brasileñas, mi infantil percepción del peligro cambió drásticamente. Pero desde la “Prole-position” en la que seguimos batallando día a día, nos vemos abocados a observar a los de las primeras filas de la sociedad, arrancar y perderse en el horizonte. Pero aún y así,  debemos continuar perpetrando nuestro derecho al pataleo.

Pero eso, que sin desviarme del tema, me puse a investigar cifras y… ciertamente, se me cayeron los “entendimientos” al suelo, literalmente. Entiéndase el tono metafórico eh, como si se tratasen de dos “Mikasa” con sobrecarga de presión y tras un partido bregado en un terreno de juego abnegado.

Resumiendo: en Madrid viven sin hogar 2.700 PERSONAS, de las que 650 duermen en la calle. En Barcelona, un estudio de 2019 cifraba en la friolera de 3.700 a las PERSONAS sin techo. Y ya puestos a poner la guinda de la vergüenza; las cifras en el conjunto del Estado estaban alrededor de 30.000 PERSONAS, un millar más que el estadio de Balaídos, para que nos hagamos una idea… ¡Qué mala idea! (Otra canción: LPR “Ángeles caídos”).

Y no, me niego a aceptar eso de: “Están ahí porque quieren”. “Se lo han gastado todo en vino”. “Que trabajen como hacemos el resto, no te j…”. Sí, que nadie se lleve las manos a la cabeza. Él que no haya escuchado lindezas por parte de algún energúmeno dotado de bocaza y escaso seso, de ese estilo… miente. De la falta de empatía ya ni hablamos,  porque ese espécimen rancio no asistió a clase ese día. Sin lugar a dudas, a este tipo de… seres, les invitaría a ver el documental “Los niños de la estación Leningradsky”, a ver si opinaban de la misma manera al finalizar el visionado de ese impactante archivo.

Gente que, de un día para otro, ven que por diferentes motivos su situación da un vuelco, y el efecto dominó de: perder el trabajo, perder la vivienda, perder a su entorno, perder… la cabeza, se hace palpable, hasta dar con sus huesos resguardados por cartones.

 

Nadie en su sano juicio duerme en la calle porque le guste. Repito, nadie. Hay que especificar que, en ese conjunto de PERSONAS sin techo, se encuentran vidas que han pasado por distintos tornos sociales. Gente que, de un día para otro, ven que por diferentes motivos su situación da un vuelco, y el efecto dominó de: perder el trabajo, perder la vivienda, perder a su entorno, perder… la cabeza, se hace palpable, hasta dar con sus huesos resguardados por cartones. Gente, que por la razón que sea, acaban sumergiendo su día a día en las adicciones. Gente, que duerme con un ojo abierto ante su exposición a sufrir cualquier robo o paliza. Gente, a la que la calle les deja sin fuerzas para ni tan siquiera intentar levantarse, aunque existan casos, pero no es nada común. Recuerdo leer hace tiempo que mi admirada Patty Smith durmió en las calles y el metro de New York antes de firmar su primer contrato discográfico. Tal vez por eso, ahora veo ciertas muescas y tics en ella de estar de vuelta de todo. También, a la vez, destellos de humildad y mirada afilada por parte de la creadora de “People Have The Power”. Quién nos dice que no podría haber acabado como la mujer de 51 años a la cual unos… no encuentro adjetivo despectivo y mucho menos insulto, que se ajuste a los que le prendieron fuego en el interior del cajero automático en el que pernoctaba. Deleznable. También recuerdo una contraportada de hace años en un diario en el que leí el caso de un francés que malvivía en la calle y pedía limosnas desde hacía un par de décadas. Casualmente, un encuentro con un exministro (empático él) en las calles parisinas, le presentó la oportunidad de poder hacer un libro sobre su vida. Paradójicamente, antes de cobrar un € por las ventas del libro, siguió pidiendo en la calle para intentar subsistir, pero con la curiosidad añadida de que, tras haber salido en la televisión francesa, las limosnas fueron en aumento. El ser humano es así, quién lo entienda que lo compre.

Recuerdo leer hace tiempo que mi admirada Patty Smith durmió en las calles y el metro de New York antes de firmar su primer contrato discográfico. Tal vez por eso, ahora veo ciertas muescas y tics en ella de estar de vuelta de todo.

 

A Dios no le pido (soy Juan, no Juanes), pero sí que exigiría a toda la clase política de aquí y de allá, que se fijen en el modelo finlandés con el fin de acabar con el apellido “sin hogar” para las PERSONAS que se encuentran en esa situación. Han reducido drásticamente el número de “sintecho”, hasta el punto de ver resultados positivos que provoquen continuar con esas medidas. ¿Qué han hecho? Pues sencillo: eliminar los albergues, que al fin y al cabo acaban convirtiendo la jornada de estas PERSONAS en un día de la marmota, que no lleva a cambiar su situación personal. Con el lema “La vivienda primero”, se están cosechando unos resultados que cotizan al optimismo. Han ampliado el parque de viviendas. Y está claro que, una persona que vive y duerme en una vivienda, por lo menos puede intentar dar un vuelco a su situación. Si por el contrario, vive en la calle… es muy difícil que rehaga su vida, por no decir que imposible.

Ahora le toca el turno al bla, bla, bla:

La Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 25, apartado 1; deja especificado el derecho a una vivienda, digna y adecuada. Y nuestra Constitución también se une a la fiesta en el artículo 47, recalcando el derecho al disfrute de una vivienda digna y adecuada. Y digo lo de “fiesta”, porque se la toman así, a cachondeo. Pero claro, mientras que a una familia de “la realidad”, para que lo entendamos, les hacen un pasillo de honor con los sables de su guardia en alto… a unos niños a los acaban de desalojar junto a sus padres y su abuela en el barrio de Carabanchel, les ofrecen los crueles honores rendidos por la comisión judicial y los antidisturbios. Acabando en la calle, sentados en un sofá y rodeados de sus pertenencias. Estos niños, no creo que se vayan a Gales a estudiar, pero ese nefasto día, ya vivieron en la calle. Y eso no creo que logren olvidarlo jamás. Es por todo ello, por lo que me sigo enervando, mal que le pesase a la “Señorita Encarnita”, pues una PERSONA que vive sin hogar, suele ver reducida su esperanza de vida alrededor de veinte a treinta años. Tela marinera, eh.

Una PERSONA que vive sin hogar, suele ver reducida su esperanza de vida alrededor de veinte a treinta años.

 

Podré rebajar mis revoluciones con un par de auriculares, pero no mi rebeldía a perpetuidad. Escucharé dos canciones con las que Yosi de Los Suaves tuvo la tinta caliente y nos llevó a enfundarnos en la piel de otros personajes. Dos letras como son las que cuentan los resignados días de Juan “Sin techo” y nuestro entrañable “Pardao”.  Dos historias que desgraciadamente siguen estando de actualidad. Dos historias de la calle.

“Y nadie sabe cómo pasa su vida, nadie se entera cómo su vida pasa…”

 

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