Parásito emocional

Drusila

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Definición de Parásito: Se aplica al organismo que vive en el interior o superficie de otro de distinta especie y se alimenta de las sustancias que elabora este último, causándole daños de distintas gravedades.

Atendiendo a esta definición, encontramos que en las gentes también existen parásitos, no parasitados, hablamos de gente parásita en actos y modos.
Es claro que el término se aplica cotidianamente a todo aquel que vive a costa de otro en lo material, sin embargo algunas personalidades se especializan de un modo más complejo, viven gracias a la esencia misma del otro, tomando para si todo lo que pueden para a su vez, subsistir.

En la novela «El Perfume», de Patrick Suskind, su protagonista, Jean-Baptiste Grenouille, es un ejemplo exagerado de tal condición, nace con falta absoluta de olor corporal, alegoría de falta de esencia, sin embargo, posee un sobrenatural sentido del olfato.
Despreciado por sus congéneres, a los cuales les resulta desagradable termina asesinando a adolescentes, en la flor de su sexualidad y belleza, para extraerles el perfume con el cual creará una esencia que al aplicársela a si mismo, obtendrá una identidad rozando la perfección.
El autor lo describe en varios párrafos como un parásito, exactamente como una garrapata, que no es nadie, ni siquiera es notado, salvo cuando se aplica el perfume de otro.

El Parásito Emocional no llega a tales extremos, es decir, no asesina, al menos por norma.
Sin embargo su peligrosidad es notable, hace daño.
Es indetectable, vaga buscando alojamiento de que sustrae lo que necesita, generalmente aquello que le brinde forma y estructura, altamente especializado en dicha tarea, elige cuidadosamente al receptor susceptible de ser medrado.
No es específico de género, tanto femenino como masculino, inclusive puede recrear la personalidad más representativa de cada género según le sea útil.
Una vez localizado y puesto en la mira, el humano-parásito-emocional despliega la primera etapa de su labor de captación.

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Cautelosamente, busca en su víctima todo aquello que, intuye, ella aprecia y valora para metamorfosearse, hábil transformista, de sagaz captación ya que de ello depende, invariablemente, en el principio de su método no le hace falta muchos datos, por regla muestra personalidad atractiva, y se pavonean como individuos comprensivos, generosos, pacientes, amables, pautas de conducta que generalmente son apreciados por los demás, también, gracias a su increíble habilidad, pueden, al instante de conocer a su futuro receptor agregar algunos rasgos de personalidad que, adivina, serán de su agrado.

Una vez captada la atención del otro, el humano-parásito-emocional sigue con la segunda etapa, se especializa en amoldarse a las necesidades y gustos, corrigiendo el maquillaje según la conveniencia.
Crea patrones que calzan idealmente con las necesidades afectivas del otro, no necesariamente por similitud, a veces todo lo contrario, sorprende con formas originales, distintas, que atrapan al receptor y queda subyugado, sorprendido por ese supuesto ser maravilloso que se yergue sólidamente. Actúa de manera impulsiva, no hay rastros de inteligencia, es solo una capacidad adquirida para llegar a «ser».

Hecha la captación y aceptación, el humano-parásito-emocional cumple rigurosamente con el tercer paso, tan importante como los anteriores.
Inyecta adormidera psicológica tóxica, con la cual va creando adición, consigue gracias a sucesivos manejos que su víctima «necesite», «dependa» emocionalmente de él.
Una vez logrado el vínculo, asegurado el sustento psicológico, el humano-parásito-emocional se relaja y tranquilamente se alimenta de la persona atrapada.

Aunque parezca una personalidad definida y muchas veces fuerte, es básicamente nulo. No posee aptitudes, ni contenido que no haya sido extraído de otra víctima anterior, no proyectan sombra propia, como Jean Baptiste Grenouille carecía de olor, estos seres carecen de personalidad. Su capacidad de mimetizarse es asombrosa, y es con lo que cuentan para subsistir.
Tampoco puede achacárseles maldad, es in imputable, hace lo que sabe y puede en su minúscula fatuidad. Así nació, espejitos mágicos que devuelven la imagen soñada, en realidad son un reflejo de la necesidad sana o enferma del otro.
Casi todas las aves vuelan, casi todos los peces nadan, casi todos los depredadores depredan, pero, todos los parásitos parasitan.

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El anfitrión, casi siempre tarde, percibe algo extraño, y sus movimientos de sospecha producen para el atento humano-parásito-emocional las mismas vibraciones que las de una mosca atrapada en una tela de araña.
Si aún no es el tiempo de soltarse, es la primera señal que deberá hacerlo, por tanto se apresura en envolver con más y más sustancia de adormidera psicológica tóxica y mentiras, promesas, supuestos logros, promesas de logros, de afectos et cetera seleccionadas para la ocasión.
Mientras, llena el buche rápidamente, la relación generalmente no es ya de su agrado, le es imperativo sentirse cómodo, seguro de que sus manipulaciones están bien ligadas, somete a la víctima a una especie de llave de lucha, inmovilizándola con la dependencia.
Al humano- parásito no la agrada el terreno hostil, necesita confort.

Busca otro receptor sin dejar al que parasita, seria gravemente perjudicado si queda expuesto a la intemperie, experto en supervivencia, bien alimentado por todo lo que pudo sustraer de la personalidad del que es huésped, no suelta hasta no haber realizado los tres pasos ante dichos con otro individuo.
Solo en ese instante se desprende para treparse a otra estructura.
El anfitrión nota cambios drásticos, a veces en un instante, ajeno al acto reflejo del parásito, y por supuesto ignorando todo lo que hizo para asegurarse un nuevo nicho.
Al serle suspendida abruptamente la adormidera tóxica del cual el anfitrión es dolorosamente adicto queda desconcertado, aturdido, y terriblemente vaciado, es capaz de los actos más abyectos, no entiende que sucedió, no haya explicación satisfactoria. Atrozmente herido y débil por el brutal hueco que deja el parásito va por la vida arrastrando las sabanas, clamando por el regreso de ese ser ideal que, no sabe, fue su propia proyección.

Sonia Drusila Trovato Menzel (Ilustraciones y texto)

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