Ni Una Menos
Subió al atestado colectivo como todos los días, aprovechando que era menuda fue deslizándose entre las personas apretadas hacia la parte de atrás.
Un viaje de treinta cuadras, hasta su escuela, en el barrio de Flores.
Una niña de doce años dentro del uniforme escolar, la falda reglamentaria, el cabello prolijamente peinado en una apretada trenza, portando libros y carpetas, tratando de mantener el equilibrio, sin bien caerse no parecía tarea fácil, apenas si había espacio para mantenerse derecha.
Hundida en sus pensamientos y con gusto a desayuno en la boca, se tensó ante la frenada del colectivo que hizo temblar la gelatina humana que lo colmaba, entonces sintió «eso».
No era algo normal en su mundo, jamás había experimentado algo siquiera parecido, pero, en su incipiente instinto de mujer sabia de que se trataba.
Sintió miedo, y vergüenza por la mano grande, pesada que se deslizaba por su espalda, toqueteándole el trasero, levantando la falda, y lo peor, la protuberancia que se le frotaba insistente.
Cerró los ojos, aterrada, -«Te gusta Putita»- le susurro al oído el aliento a tabaco. ¡No! negó con la cabeza incapaz de hablar -«Quieta zorrita, no digas nada porque te hago mierda»- siguió el fétido aliento a tabaco, y siguió frotándose y tocándola, en medio de un colectivo lleno de gente que no veían. Ella sentía ganas de vomitar, aterrada, y la implacable conciencia de indefensión, de ser nada, una cosa, insultada, vejada, lloró en silencio.
En algún momento eso terminó, la peste de tabaco se hizo tenue hasta desaparecer, en su boca ya no estaba el amable gusto al desayuno, sentía otro, muy amargo. Bilis.
Llegó a su destino flotando en el trance de una pesadilla, angustiada aguardó que el semáforo detuviera el infernal tráfico matutino, solo quería llegar a territorio seguro, su escuela.
Escucho carcajadas brutales, dos hombres miraban su espalda, – «Miraaaaa, flor de puta, ¡Lo que hizo!»-. Se tocó la espalda, algo viscoso resbaló en sus dedos, ella quiso gritar que no había hecho nada, pero no pudo, la vergüenza era casi sólida.
Al fin entró a la escuela, corrió al baño, ahí vomitó.
Así le dio la bienvenida el mundo de la mujer.
Pasaron muchos años, un día, ya adulta, concurrió a una marcha en protesta por el número creciente de víctimas de violencia de género. Lo hizo por simpatía hacia esas mujeres que sufren el infierno en manos de brutos descerebrados, pero al rato de pasear entre la multitud, ese hecho de tanto tiempo atrás volvió a su memoria. Lo había olvidado, al menos en apariencia, no había sido ni una parte de lo grave que eran los casos que escuchaba o veía, pero el horror, la vergüenza, la culpa, la impotencia, la vulnerabilidad la hicieron comprender lo que otras mujeres sentían, paliza tras paliza, violación tras violación.
Y muertes, miles de mujeres muertas.
Entonces vio a un hombre solitario, un poco apartado de la multitud, tenía expresión hosca, fumaba y sostenía una pequeña pancarta casera. Un hombre alto y fuerte. Su postura corporal era amenazante, se movía de un lado a otro como león en la jaula.
Influenciada por ese antiguo recuerdo bajó la mirada y lo rodeo con cautela, el olor al cigarrillo le supo inusualmente fuerte, más cuando ella misma fumaba. Caminó rápido rogando irracionalmente que el no la viera. La postura del hombre era visiblemente hostil, llena de ira contenida, un macho furioso en medio de una manifestación contra la violencia de género. Por algún inescrutable motivo ella se sintió tan vulnerable como en ese colectivo atestado, rodeada de gente, y en peligro.
Cuando puso una distancia segura entre ella y ese ejemplar masculino lleno de rabia, por curiosidad se volvió a mirarlo. No había duda, estaba enfurecido.
Entonces leyó el cartel que portaba, sonrío aliviada, y supo que no era un macho desatado, era un Hombre.
El cartel decía simplemente. PÉGAME A MI, CAGÓN.
En la fecha, 21 de Junio 2015, pasados ya mas de diez días de la movilización en reclamo de mayor cantidad de leyes efectivas orientadas a frenar la Violencia de Género, bajo el lema de #NI UNA MENOS, se han producido al menos 15 asesinatos de mujeres y niñas a manos de esposos, novios, tíos, padres, padrastros, y otros.
Uno de los casos más resonantes fue el de una niña de dos años, violada y asesinada en manos de la pareja de su madre. En el mismo momento de la marcha una niña de diez y seis años eliminada de un balazo en la nuca, otra violada y estrangulada por un grupo de individuos, la lista sigue.
Sabiendo que lo que llega a los medios periodísticos es solo una parte de lo que sucede, fácilmente se puede duplicar esa cifra.
No existen en Argentina estadísticas confiables, la cantidad de víctimas fatales es ignorada, como también las víctimas de violaciones, abusos, maltrato. Ni siquiera son un número.
Madres, hijas, esposas, hermanas, amigas, abuelas, sobrinas, nietas, depositadas en una especie de fosa común del olvido, y el error que las une es no haber asesinado a tiempo.
Sonia Drusila Trovato Menzel (Ilustración y Texto)