Monasterio de Oseira
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Según el nuevo nomenclátor toponímico de Galicia, el nombre español de Osera, al pasar al idioma gallego es Oseira, derivación de Ursus latino, equivalente a oso, alusión al lugar abrupto donde se halla enclavado el monasterio, en una concavidad de la sierra Martiñá, en la margen derecha del río del mismo nombre. Se halla situado en la provincia de Orense, a 34 kms, de distancia, ayuntamiento de Cea, muy próximo al sitio donde se junta esta provincia con las de Pontevedra y Lugo.
Comenzó su andadura histórica el año 1137, cuando un pequeño núcleo de monjes se retiró a la soledad para vivir la experiencia de Dios, integrándose en la orden del Císter en 1141, bajo la dependencia de Claraval. En un principio comenzaron con edificios muy modestos que fueron ampliándose a medida que fue desplegando el potencial económico de la casa, merced a las continuas donaciones que se les hizo, y a las compras efectuadas por los propios monjes. El templo monástico, construido en las últimas décadas del s.XII y en las primeras del XIII, de amplias proporciones, está concebido para una comunidad respetable, lo que delata un número considerable de monjes, ya que es de las mayores iglesias de la orden en España. La comunidad mostró a su vez una vitalidad espiritual pujante desde el primer momento, debido al hecho de haber convivido en Oseira san Famiano, peregrino alemán que en 1142 abrazó la vida monástica, falleciendo santamente en 1150 en Galesse (Italia), de cuya ciudad es patrono. Su cuerpo se halla incorrupto en la basílica que tiene dedicada en dicha ciudad. Entre las posesiones más antiguas y lucrativas que tuvo Oseira, podemos mencionar la villa y puerto de Marín, donde ejerció una justicia social admirable, promoviendo la pesca entre sus colonos y defendiendo la entrada de la ría de Pontevedra por medio de un fuerte. La flota pesquera que allí tenía organizada, surtía de pescado a la comarca y a los propios monjes.
Hubo grandes abades, como dom Lorenzo (1205-1223), ascendido a la sede de Claraval, único español merecedor de tal honor; dom Fernando Pérez (1223-1232), antiguo deán de Santiago y Canciller mayor del reino; don Fernando Yáñez, de gran relieve histórico por haber sido elegido para dar vida a la abadía de Alcobaça, en Portugal, con ocasión de haber sido martirizados sus monjes por los árabes en 1195; volvió a Oseira, siendo elegido abad (1232-1240); dom Suero de Oca(1485-1512, personaje distinguido de la nobleza, pero perseguido por la desgracia, pues estuvo dos veces casado, y al perder la segunda esposa, se decidió a dar un giro radical a su vida, se hizo monje de Oseira, llegó a ser excelente abad del monasterio,habiendo desplegado gran celo en recuperar los bienes de la casa, mal aforados por su antecesores. Ostentó además entre otros títulos el de arzobispo de Tarso. Oseira atravesó por un período crucial en el s.XV, época difícil en la historia de la Iglesia, a la que sucedió otra peor en 1513, con la llegada de los abades comendatarios, personas extrañas a la abadía que la llevaron al borde de la desaparición. Menos mal que duró poco tiempo, porque de lo contrario, hubiera desaparecido el monasterio como tantos otros. A todo puso fin en 1545 la Congregación de Castilla, tan mal enjuiciada hoy por algunos historiadores que la desconocen. Es pena que se vengan copiando sin más tópicos ligeros sin fundamento alguno. Si Oseira hubiera estado oprimida por el «centralismo» castellano -como escribe hoy algún indocumentado-, es seguro que nunca podríamos contemplar una grandiosidad arquitectónica tan colosal como la que presenta, y precisamente todo se construyó en la época de la Congregación de Castilla, a excepción del templo y sala capitular.
En 1552 sufrió el monasterio un incendio horroroso, que redujo a cenizas todos los edificios, fuera del templo. Eran unas circunstancias críticas en que se planeaba en Valladolid una nueva casa, y como ninguna abadía se comprometía a enviar monjes, creyeron muchos que era buena ocasión trasladar la comunidad de Oseira a ocupar la nueva casa proyectada, dejando en el monasterio sólo un pequeño contingente de monjes para atender a los colonos y cuidar de la hacienda. Mas todos los planes quedaron desbaratados ante los argumentos del abad de Oseira, fray Marcos del Barrio, precisamente nacido en el corazón de Castilla. Se desistió del traslado, y se inició la reconstrucción del monasterio en el mismo sitio que tuvo siempre con la grandiosidad que hoy todos pueden admirar. Los monjes de Oseira fueron grandes patriotas, por cuanto ayudaron no pocas veces con víveres y fondos a sostener las guerras o también alimentando a los necesitados en tiempos de carestía, hasta llegar su generosidad a oídos de Felipe II, quien envió al abad de Oseira una carta laudatoria. Pudiéramos citar nombres ilustres de abades y monjes que rigieron la abadía, ostentaron cargos importantes en las universidades, o estuvieron al frente de la Congregación de Castilla, pero este no es el lugar. La invasión napoleónica no dejó sentir en Oseira su peso demoledor, como en otros monasterio -aunque si en alguno de los prioratos que sufrieron saqueos- quizá por su situación alejada de las principales vías de comunicación y por ser difícil el acceso en aquellos tiempos. Debido a ello, buscaron refugio en el monasterio no pocos monjes dispersos de sus casas, así como el general de la Congregación de Castilla y el obispo de Salamanca, fray Gerardo Vázquez, que era monje del Císter.
En 1820 en cambio, cuando el período constitucional, sucedió todo lo contrario: fueron expulsados los monjes y el monasterio quedó a merced de las turbas que lo asaltaron y saquearon por completo. Cuando regresaron en 1823, se encontraron con un caserón desmantelado, carente de puertas, ventanas y mueblaje. En 1824, a poco de regresar los monjes, cuando se iniciaba la reconstrucción, se presentó en Oseira un niño madrileño de catorce años solicitando el ingreso. Le admitieron fácilmente, por traer todos los documentos en regla y presentar un porte distinguido. Tomó el hábito, hizo el noviciado y a poco de profesar, le destinaron a los colegios. En 1835 se hallaba en San Martín de Castañeda, recién estrenado su sacerdocio, y allí le sorprendieron los decretos desamortizadores, siendo arrojado al mundo, y al ver que la Congregación de Castilla no se rehacía, se hizo misionero en África, de donde regresó enfermo, y al reponerse, cuando se disponía a volver a la misión, recibió orden del gobierno de dirigirse a las Antillas, donde le esperaba un campo de acción que condicionaría su vida. Allí trabajó lo indecible, habiendo sido la obra más importante de su vida la fundación de las Hermanas del Amor de Dios, destinadas a la formación cultural de la mujer en aquellas islas. Se trata del Padre Jerónimo Mariano Usera y Alarcón,fallecido santamente en La Habana el 17 de mayo de 1891. Su proceso de beatificación se halla en Roma muy avanzado. Es una gloria legítima del Císter español y de Oseira. A consecuencia de la desamortización, todos los monjes fueron arrojados de los monasterios, con prohibición expresa de poder volver a reunirse en corporación. En esta ocasión desapareció para siempre la congregación de Castilla, de brillante historial, la rama más culta de toda la orden.
Cerca de un siglo llevó abandonado el monasterio, habiendo llegado los edificios al borde de una ruina inminente. Sin duda hubieran desaparecido para siempre, si Dios no dispone los acontecimiento de manera que encontrara un corazón generoso que se interesara por salvarle. Merece grabarse con letras de oro en la historia de la abadía el nombre de don Florencio Cerviño González, obispo de Orense (1922-1941), quien a poco de tomar posesión de la diócesis y visitar el monasterio, partido de angustia el corazón ante aquel atentado contra el arte y la fe de nuestros mayores, concibió la idea de devolverle a la vida, no parando hasta lograr instalar en él un grupo de monjes cistercienses el 15 de octubre de 1929. A pesar de que los primeros años fueron muy duros para la pequeña comunidad, por carecer de medios de vida, y verse rodeados de ruinas por todas partes, se mantuvieron fieles al carisma fundacional, soportando tantas contrariedades como les salieron al paso. Poco pudieron hacer por la restauración del edificio, por la falta de medios. No obstante, hasta 1966 no se comenzaron en serio las obras de restauración, seguidas día a día, bajo la dirección de los propios monjes, que las han llevado a cabo con la perfección que todos pueden ver. Tan llamativa ha sido la labor realizada, que la propia Diputación de Orense, que es la que más ha ayudado a la obra restauradora, otorgó en 1990 la Medalla de Oro a los monjes, al par que ella misma se ocupó de presentar al consejo internacional la obra llevada a cabo con el fin de optar al Premio Europa Nostra, que suele conceder ese organismo a los edificios bien restaurados o recuperados. Fue otorgado, en efecto, en el mismo año 1990, habiéndose desplazado desde Madrid para otorgarlo la reina doña Sofía de Grecia. Al par que la obra restauradora, se ha enriquecido el monasterio con una notable biblioteca y un pequeño archivo, que están prestando señalados servicios a la cultura, volviendo a recuperar el monasterio el distintivo característico de los monjes antiguos, que fueron los mejores transmisores de la cultura.
Fuente://http://www.mosteirodeoseira.org