La nerviosa dentera de un cocodrilo llamado 2020

  • Por Juan «El letrastero» desde su sección “Acuéstate y suda”

Barbacoa para estrenar

 

Ahora que 2020 sale por la puerta, decido acompañarle hasta el portal. Mientras camino a su lado, con mi mano izquierda sobre su hombro, preparo la estrategia: justo en cuanto crucemos el umbral de la puerta y pise la acera, le daré un par de pasos de ventaja, con el único fin de poderle dar una fuerte patada en el culo; con el impulso suficiente para mandarlo de paseo a una tundra siberiana, por concretar algún punto. Aunque me conozco, sé de sobras, que más tarde, analizando todo en frío… sacaré la conclusión de que no ha sido tan nefasto en sus doce entregas. Pero también, si agarro del cuello a mi misérrimo pragmatismo de consuelo urgente, y le doy una vuelta por la sesuda transcendencia de todo lo acontecido… nos veo: a 2020 y a mí, pidiéndonos disculpas mientras libamos el licor del consuelo mutuo.

Lo mejor siempre está por llegar, de eso no hay duda. Y si no llega, pues será porque no hemos esperado en el andén de la vida lo suficiente, o porque nos hemos tomado a la ligera los motivos con peso. También habría que recapitular, y ser menos “Yo”. Alimentar a nuestra propia empatía, y ser capaces de comprender que, es de muy mal gusto masticar con desgana delante de los momentos crudos, manifestando malestar porque el tiempo está demasiado pasado… y por mucho que se le clave el incisivo, no sangre.

2020 ha sacado lo mejor de cada uno, y a la vez lo peor. Nos ha mostrado lo complejo del ser humano; lo contradictorio de su conducta en este mundo. Pero nos ha hecho ver, de manera muy trapacera, lo pequeños que podemos llegar a ser, y lo mucho que subestimamos nuestro entorno natural. Un dato curioso: en los días en los que estuvimos confinados, cuando dejamos de pisar las calles, los caminos, los montes, etcétera; fue entonces cuando la naturaleza y la fauna, se vistieron con sus mejores galas, y nos ofrecieron en las postrimerías de nuestro mal llamado progreso, una lección de vida. Nos han recordado que el presente es lo que hay que vivir. Que el futuro es un esquelético navío, que todavía se encuentra en construcción en algún astillero de nuestros deseos. Y que el pasado yace alternando un brillo proteico de recuerdos, con un óxido famélico por has horas muertas que encallaron en el fondo de nuestras almas.

Así que, entre las zancadas laboriosas de este año que se presenta exigiendo su finiquito, y las zancadillas que tendrá que esquivar; saltando por encima de las pedregosas sendas, se nos va a presentar 2021. Yo… no soy de dar consejos, ni ser ejemplo. Únicamente le pienso sonreír (aunque cueste) a la que entre por la puerta. Si tiene sed, le ofreceré un vaso agua, por supuesto. Eso sí… ese licor café que todavía guarda el aroma a mis Terras de Trives, me lo pienso guardar. Llamadme egoísta, o… llamadme Ishmael (Moby Dick), pero ese preciado líquido (me sobra el Moët & Candon ese) me lo reservo para esos brindis que se nos han quedado en el alero, a la espera de ser agarrados al vuelo, y encestados en nuestras gargantas.
Tengo que ser sincero: este año sí que pienso agenciarme una agenda anual. Siempre me hago ese propósito, pero llego a las postrimerías de diciembre, con una colección de libretillas de 12º, con las anotaciones más laberínticas y encriptadas, que ni yo mismo atino a descifrar. Pero este año sí. Si he sido capaz de salir a correr regularmente, hasta en las noches en las que la moquita nasal me pedía un papel en algún futuro remake de “Doctor Zhigavo”, puedo serlo para anotar las fechas de aniversarios y demás. Aunque, también me gusta creer, que si no lo hago, es porque no me hace falta acordarme de MI GENTE solamente el día que soplan velas, o de su onomástica. Por eso se me acumulan sus caras, repartidas por demasiados puntos geográficos. Y no por ello, veo imposible el hecho de pensar, que cuando todo esto pase nos veremos, trabas incluidas; aunque tengamos que reencarnarnos en aquel poema titulado “El salto” de la poeta Laura Giordani , que decía:

No bastará con la poesía: habrá que tener además los huesos livianos de los pájaros.

 

Porque si el 2020 nos ha enseñado los dientes, en el 2021 nos los va a ver, si quiere por el retrovisor. Porque vamos a tener la boca bien abierta: hablando y sonriendo. Y ante todo, no dejaremos nunca de masticar esas pequeñas cosas de la vida(a veces muy cruda) que nos alimentan de experiencias. Yo no rezo, que soy ateo, pero confieso que en ocasiones miro una foto promocional de Rosendo, y le suplico que me libre de todo mal y carie naciente. En especial porque hay un amigo al que todos apreciamos, y eso no es algo baladí, que tiene una barbacoa todavía por estrenar, y se antoja un apabullante overbooking de comensales en su casa de Melide. Quien siembra gestos, recoge amistades.

Así que Xosé Mari: ¡Dalle lume!

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