Hybris
Poca información se posee respecto a Hybris, que su madre es Coro, humilde personificación del desdén, aunque Hybris sostiene que es hija de la Noche, porque, su esencia necesita un linaje superior.
Actúa sobre terreno seguro, no es audaz, va directamente a aquel ya abonado, listo y hediondo, ideal para sus intereses, no tolera el fracaso.
Vigila atentamente a su elegido, disponiendo de cientos de ardides, poniéndolo a prueba una y otra vez para asegurarse. Tanta precaución no es necesaria, ya que, aquel mortal sobre el cual Hybris posa sus pies de espadas, destacan en singulares cualidades desde temprano.
Hybris pasa sus días entre mortales, no se siente cómoda entre otras deidades, especialmente con las Moiras y Némesis cerca.
En cuanto con los dioses y diosas mayores, su relación es de de sumisión absoluta, tan obsecuente que ni los ególatras Olímpicos la toleran, tan abyecta y servil que es ignorada.
Por eso la compañía de humanos la reconforta. Solo las bajas pasiones le hacen olvidar su eterna pero intrascendente existencia.
Por eso le es imperioso, vital, trascender utilizando a los humanos.
Ninguna deidad repara en ella, mejor dicho, es lo que ella cree, por lo tanto se siente libre de hacer y deshacer a su antojo destinos, reinos, familias, hombres y mujeres.
Atenea, la de los ojos claros, dijo de Hybris que es un refinado instrumento de los dioses mayores para lograr la destrucción del mortal a quien detestan. Que las mismas Moiras sonríen ante su ingenuidad de suponerse independiente del destino. La aparente libertad que disfruta es tan mentirosa como Hybris misma.
Sin ni quiera sospecharlo, ella es una de las favoritas de Némesis, pues ayuda a la diosa a encontrar a quienes rompen el equilibrio, a los torpes soberbios que desafían cuestiones de equilibrio más allá de sus escasas luces.
Hybris, que nada de eso sospecha, y que, aunque se lo gritaran en el rostro lo ignoraría, es un poco tonta en cuanto a cuestiones sutiles se refiere.
Busca paciente su blanco y, una vez elegido, comienza su demoledor trabajo.
Eso si, jamás elige a un ser insignificante, jamás un humilde pastor, siempre va directo hacia aquel que empieza a ser poderoso, ambicioso y estupido.
Son las tres únicas condiciones que la deidad busca. Terreno seguro y bien abonado. Mientras más materia fecal fermentando mejor.
Tiene la capacidad de disfrazarse, puede ser un amigo, un consejero, un servidor.
Adula, amasa con paciencia el débil cerebro del mortal, día a día, lo llena de engreimiento, tozudez, ansias de poder, ceguera a la razón. Si bien vale aclarar que dicho mortal ya viene en condiciones óptimas para recibir ese murmullo constante.
Lo lleva por caminos tortuosos, donde las palabras honradez, sensatez, compasión, ética, sabiduría son humo desmechado al viento.
La única palabra que vale es » Poder».
Y, sin miramientos, sin un dejo de empatía, consigue que ese mortal obtenga lo que lo obsesiona, no importa la crueldad, ni las mentiras, el humano secundado por Hybris termina siempre coronándose. Llega a la cima, cueste lo que cueste.
En ese estado de cosas la deidad descansa al fin, presencia fusilamientos, guerras, homicidios, genocidios, observa fascinada todas las pasiones desatadas en un mar de destrucción donde su protegido se eleva, estatua de fango hueca.
Hybris se regodea, a veces interviene para dar un toque de arrogancia, otro de soberbia, y mucha estupidez. Sabe mucho de intrigas, mentiras, promesas vanas, sabe de oratorias brillantes pero vacías de contenido.
Ella entrena a su elegido en toda artimaña habida y por haber. Como el burro cuya visión perimetral es tapada, lo hace avanzar implacable.
El mortal no se da cuenta que Hybris le suministra el narcotico mas potente conocido por hombres y dioses, el que genera más dependencia, el que desató mas desastres en los cielos y la tierra, una droga imposible de dejar, solo la muerte lo suprime, y aún así, cuando cruzan el Estigia, los espíritus gimen desesperados, no por la vida perdida, aúllan por algo que valoraron mas que miles de vidas. La droga se llama Poder.
En la apoteosis, cuando su mortal se convierte en tirano, siempre sobre un mar de cadaveres, escondidos o no, da igual, los dioses mayores y las Moiras actúan al fin.
El estupido mortal cae, siempre cae, y mientras lo hace descubre que los dioses no lo aman, todo lo contrario, y que las Moiras sabían muy bien, obviamente, cual era su destino.
El mortal se debate furioso, con la impresionante cantidad de soberbia inoculada por Hybris, desafía a los dioses y al destino, en esa caída a veces se suman miles de inocentes, pero eso no preocupa a los Olímpicos.
Los llaman daños colaterales.
Hybris, algunas veces se enfurece ante el desenlace patético de su protegido, con el puño cerrado amenaza a los cielos, y vuelve a buscar otro desagradable humano a quien elevar.
Y los dioses sonríen, la dejan hacer, nadie mejor que ella para encontrar escoria humana para eliminar.
Sonia Drusila Trovato Menzel (Ilustración y Texto)