Elogio de la “normalidad”

  • Por Juan «El letrastero» desde su sección “Acuéstate y suda”

 

El otro día, me dijo mi mujer una cosa en referencia a unos amigos que tenemos en común: “Son como nosotros. Son normales”, lo cual me puso el engranaje reflexivo en marcha, qué poco me falta para darle vueltas a la dinamo. Me explico, tras triturar las cavilaciones y embutirlas en la tripa fina de la conclusión final, comprobé que lo normal no es aburrido ni poco interesante, sino que se convierte en el mundo en el que vivimos, en una cualidad. Una persona normal, es aquella a la que en estos tiempos cuesta encontrar más de lo deseable. Ahora que nos empachan con gente chic, fashion, cool, etcétera. Personas que compiten por ser los más listos, los más guapos, los más espabilados, los más… más en todo lo más que tenga que ver con los demás.

El verano pasado, con escasamente cinco días de diferencia, tuve la oportunidad de comprobar como el “agilipollamiento” se ceba con muchos cuando se sienten poderosos en público, aunque darían menos la nota si en vez de hacer trabajar a sus cuerdas vocales, observasen, aguardasen, callasen o bailasen; incluso si lo hiciesen con candelabros en la cabeza, como los zíngaros del desierto, que decía el maestro Battiato, serían más dignos. Ahora que lo pienso: yo alterno en ocasiones al compositor siciliano con los brasileiros Sepultura… ¿es normal eso? Je, je.

…tuve la oportunidad de comprobar como el “agilipollamiento” se ceba con muchos cuando se sienten poderosos en público

 

A lo que iba: en una terraza por las tierras de Romasanta, asistí atónico a como un subidito exigía al camarero que le cambiase el helado, porque se había demorado tanto en llevarle la cucharilla, que su ice cream había perdido una pizca de solidez, y cosas por el estilo. Recalcar que, a la vez que dejaba escapar su oratoria autoritaria, buscaba entre los que ocupábamos otras mesas una masa enorme de complicidad. Y justo sucedió lo contario. Porque (vuelvo a sacar a la empatía de nuevo de paseo en esta entrega), en ese momento, una persona normal, si ve que el camarero no da abasto y se tiene que multiplicar para atender, por esa regla no escrita que especifica que a todos nos pica el mosquito de la simbiosis casual y nos da por pedir a la vez… pues se levanta y asunto terminado. Su helado se lo agradecerá, o no, pero vamos… que tampoco se para el mundo, hombre!. Se acerca a la barra en busca de su ansiada cucharilla y “Sanseacabó”. La incidencia no finalizó ahí, no. No contento con su helado nuevo, se empeñó en poner la guinda al pastel, repitiendo con la cabeza alta y la papada al descubierto, cual pollo que acaba de picar mierda, la equivocada frase de: “El cliente siempre tiene la razón” “De toda la vida” ésta última puntualización era de su cosecha, como el que se ha aprendido alguna cita molona de esas que salen en los sobres de azúcar.

Bueno, pues el caso es que cuando nos íbamos, y aunque solo fuese por animar al chaval, le dijimos: “Lo que hay que aguantar eh”, ya que un cliente así puede amargarle el día a cualquiera. Por suerte (nos respondió) hay gente como vosotros. Gente normal. Siempre suelo recapacitar al respecto con la misma conclusión: me gustaría ver al fulano en cuestión, el lunes en su trabajo, a ver si hacía gala de tal altanería. Quejándose ante su superior con tanto énfasis como lo hacía por una cucharilla. Coco de “Barrio Sésamo” y su mosca en la sopa, por lo menos tenían más gracia. Ya lo dijo Kutxi Romero (y no el Camarón): “Le llaman hijo de… al árbitro durante noventa minutos, pero mañana apretarán la tuerca y… sí mi amo”.

Me gustaría ver al fulano en cuestión, el lunes en su trabajo, a ver si hacía gala de tal altanería

 

Lo curioso es que unos días después, cuando ya pensábamos que no nos iban a dar de comer en un bar-restaurante de Parada de Sil, y con razón, debido a las horas que eran; ocurrió lo contario, que sí nos dieron, sin prisas y con amabilidad. Pues resulta, que estábamos acabando y se sienta una pareja en la mesa de al lado. Servidor, que siempre está captando lo que ocurre alrededor (viveros de personajes/cleptomanía literaria), empieza a imaginar el lógico diálogo de: –Lo siento, pero es que está cerrada la cocina…

Bueno, cosas por el estilo. Pero… para nada. Les cantan el menú; advirtiéndoles que, de los platos de los primeros y los segundos, hay un par que ya no quedan. ¿Y qué hace la parejita? Pues poner cara de estupefacción y sorpresa, quejándose por lo bajini, extrañados por el escaso menú ofrecido, a unas horas en las que mi abuelo ya se habría echado la siesta y seguramente estaría atacando a la merienda “coitelo en mano”. Resumiendo: ¿nos estamos volviendo gilipollas, o qué? Somos una sociedad cada vez más compleja de entender. Hemos aprendido a pedir con una facilidad asombrosa las hojas de reclamaciones, y, sin embargo, nos suben la luz, nos suben las tasas (cotización, universitarias…), nos suben los precios de los alimentos de primera necesidad, nos suben los carburantes, nos suben la bilirrubina… también; y, por consiguiente, ponemos nuestro culo en pompa para que nos den la patada que nos mande a eso, a quejarnos por el heladito, por los menús, por la tardanza, etcétera, etcétera. Que no digo que no, pero vamos, que tenemos tantas tonterías encima que ni Martina Navratilova a raquetazo limpio nos libraría de ellas. Por lo tanto, afloja la tensión y disfruta con normalidad. Acábate el plato de filetes en O´Agenor y moja pan hasta que las uñas se barnicen bien de salsa. Eso es lo normal. No te avergüences por ello. Degusta la pizza del Quintela agarrando la porción con la mano. No reniegues de ser normal. No cuesta nada esperar y subirse uno mismo la caña por las escaleras del Boliche. Chúpate los dedos sin complejo, alguno con esos pinchiños que se curra Pacita; ni la haute cuisine oiga. Expande el diafragma con el café con gotas en O Bodegón, ni el “Visvaporú” rapaz.

…afloja la tensión y disfruta con normalidad

 

Otra cosa que no entiendo, es que si un niño lleva el cuaderno azul a la escuela… tiene que ser exclusivamente para matemáticas, porque el verde, tal y como dicta su color, es para ciencias naturales. No basta con que le ponga en mayúsculas y bien claro en la tapa del cuaderno amarillo, por decir otro color: MATEMÁTICAS, no. Lo decía una madre, y le doy la razón: “Los estamos haciendo tontos”. Y se puede ser un tonto a las dos, y a las tres… pero tampoco hay que estar girando abrazado a las agujas del reloj toda la vida, ¿no? Lo normal no está ni estará de moda, pero tampoco vamos a contratar a una legión de plañideros seres que nos acompañen mientras velamos a la relatividad normalizada.

La normalidad es asumir las cosas con naturalidad. Yo, seguramente sea tan sencillo en muchos aspectos, que puedo resultar plano. Pero me englobo en ese conjunto de población que le da igual si su coche lleva llantas de aleación o luce tapacubos. ¿Giran las ruedas? Pues ya está. Esos que se dejan ropa en el pueblo, y les da igual que la sudadera sea la misma que el verano anterior y el otro. ¿Alguien ha experimentado alguna vez la alegría que supone después de un año reencontrarte con la chaqueta que has echado de menos a lo largo de la temporada? Sí, es una experiencia textil y no religiosa. Pero claro, no hay que hacerme mucho caso tampoco, pues mis pies han pisado más salas de conciertos que… un Ikea, por decir algo. A día de hoy no he ido nunca, ya que cada vez que alguien de mi entorno cambiaba esto y lo otro por desfasado, o lo que fuese, ahí estaba servidor, haciendo cábalas con el metro en la mano de cómo podían pasar por el marco de la puerta. Tampoco hay que ir con el libro de Pannikar “Elogio de la sencillez” a todas partes, pero una lectura no estaría de más para algunos casos.

Me englobo en ese conjunto de población que le da igual si su coche lleva llantas de aleación o luce tapacubos. ¿Giran las ruedas? Pues ya está.

 

En fin, que nos quejamos con o sin razón por muchas cosas. En cambio, miramos para otro lado ante aspectos que contienen más motivos para volcar nuestra indignación. No vaya a ser que entre tanto rellenar hojas de reclamaciones cargadas de chorradas (a veces), nos estén recortando de nuevo en personal sanitario y tengamos listas de espera para a saber cuándo… No será ¿no? ¿Seguro? Bueno, bueno. A ver si ejercemos tanto de seres racionales, “de los que toman las raciones en los bares” que cantaban los Siniestro Total, que nos están haciendo papilla con las cosas que importan.

Abriendo la boquita, ¡y venga! (haciendo el avión), cucharazo rebosante de popito que nutre bien y calma el lloro. Si está soso, tranquilos, pediremos el salero. Eso sí, que no tarden en traerlo eh, que exigiremos la hoja de reclamaciones esperando disculpas con genuflexiones encoladas.

Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir. ¿Os suena?

 

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