El oro y el moro
Anoche me fui a la cama leyendo un artículo de la actriz Alba Messa (me encantaría daros referencias para que supieseis quién es así de golpe, pero no puedo porque no sé bien. Tiene Facebook. Buscadla) y hoy me he despertado con una pregunta: ¿Hasta dónde tiene que llegar la ‘humildad’ del actor? Pongo ‘humildad’ entre comillas porque en esta profesión, como en muchas otras supongo yo, para muchos, esa palabra significa ‘capacidad de tragar mierda’.
Y es que es totalmente cierto lo que creo que dice Alba en su texto (digo ‘creo’ porque muchas veces me dicen ‘poni negro’ y yo entiendo ‘naranja verde’) – si mi formación como actriz me cuesta tiempo y dinero, ¿por qué no se valora mi trabajo? A mi también me cuesta levantarme por la mañana, ponerme a estudiar un texto, prepararme un personaje y demás. Es como si llamas a un señor para que te ponga las losetas del baño de una determinada manera y le dices ‘mire, no hay presupuesto. Pero no se preocupe usted, que todos mis invitados van a venir a cagar aquí y se van a quedar muertecicos con el suelo que me ha puesto usted. Lo van a llamar seguro’. El señor, acto seguido, es probable que te parta la loseta en la cabeza y se vaya. ¿Por orgullo? ¿por ego? ¿acaso se lo tiene creído de más? No. Negativo. Es que el señor tiene que comer. Es un lujo hoy en día, pero poner losetas cuesta más de lo que la gente se piensa.
Con esta pataleta no quiero intentar, ni por asomo, lanzar el discurso ese de ‘somos más dignos que nadie’. No. Somos gente que trabaja, como la cajera del super o el enfermero de turno. Sin más. Pero me jode la gente que se aprovecha de la situación, te vende el oro y el moro y después, aun encima, te exige lo inexigible como si te tuviesen en nómina cuando no tienen ni idea de lo que están haciendo.
Hoy iba a escribir sobre lo guay que ha sido que hayan programado ‘El Boli Bic’ todos los domingos de diciembre en Microteatro Málaga (publicidad subliminal. BAM!), pero echando la vista atrás hacia esta semana (en la que no he tenido tiempo ni de fregar los platos, literalmente), me he dado cuenta de que la mitad de las cosas en las que he invertido mi tiempo han sido cosas con las que he regalado dinero cual Mark Zuckerberg. Todo gratis. Sin ser una colaboración (esas cosas se hacen, que no es una aquí Lina Morgan), habiendo gente que va a cobrar por ese trabajo que yo he regalado. Si yo hubiese cobrado lo que tendría que haber cobrado, podría, perfectamente, dejar de trabajar en mi academia dos semanas para quedarme con el mismo dinero y la mitad de estrés.
Y, obviamente, no soy una estrella de la vida, ni soy la mejor en mi campo, ni nada de eso. Pero conozco mi techo, sé a qué llego y a qué no (y si lo intento y no llego, me ostio, aprendo y me levanto). Pero cuando trabajo en algo que yo dirijo/produzco (si se puede llamar así), soy consciente de qué circunstancias hay y veo qué puedo dar y qué no.
Pero a estas alturas (en la que solo he levantado el pie un centímetro del suelo y ya tengo vértigo), una cosa tengo clara: No estoy para dar consejos, si no para que me los den; pero ya no estoy en prácticas, amores.
Sí, esta semana me he decidido mandar mi corta carrera al carajo con este artículo.
Da igual, siempre he querido montar una academia de inglés.
Miento, queredme. Porfaplis.