De crecimientos personales, Marie Kondo y Aladdin por Alba Novoa
- Retorna Alba Novoa tras el parón navideño para contarnos su proceso de crecimiento personal ‘vinculado’ a Marie Kondo
- Hilarante relato con el inconfundible ‘sello Novoa’
Aberdeen, marzo de 2018. Es la última tarde que voy a pasar en ese lugar de Escocia. Aprovecho que está despejado para pasear por sus calles una vez más y hacer las últimas compras. Me voy a Waterstones, una librería tipo FNAC, con la intención de traerme de vuelta material de lectura autóctono – porque, primero, por todos es sabido que es imposible hoy en día conseguir un libro extranjero desde tu país; y segundo, por todos es sabido también que, si viajas en avión con una maleta más pequeña que una caja de bombones, lo más práctico es llevarte libros de vuelta (cuanto más tochos, mejor).
Teniendo en cuenta estas dos verdades fundamentales, cruzo las puertas de la librería y se lanza a las mesas de libros en promoción. Me doy cuenta de que todos parecen los típicos libros que te encuentras en las tiendas de segunda mano de la Costa del Sol – portadas coloridas, letras con purpurina, títulos que podrían haberse sacado de una película de sábado por la tarde. ‘No tengo tiempo para eso, he venido a por el mejor libro de todos los tiempos’, pienso. Automáticamente, después de pensar esto, cojo un libro de una de las protagonistas de Geordie Shore (el Gandía Shore británico). Los caminos del Señor son inescrutables, dicen.
Pero no, no sería ese el día en el que yo me hiciese con mi primera biografía y no sería la de Charlotte Comoseapellide. Yo me había ido de viaje para hacer introspección, para intentar conocerme mejor, para recordarme que existía entre tanto trabajo (bendito sea, quede constancia aquí de que me quejo de cansancio pero de nada más), no podía hacerme con un libro tan petardo de la vida. No. Yo estaba iniciando un proceso de crecimiento personal, de madurez, de evolución. Necesitaba algo más estimulante. Vi un libro de colorear mandalas. Ahí estaba lo que yo buscaba.
Autoayuda. No iba a enmascararlo. Quería saber de la mente y cómo funciona, de los sentimientos y todas esas cosas. No quería una solución mágica para todos mis problemas, quería aprender. Rápidamente me di cuenta de que encontrar un libro con las características que yo buscaba era como buscar una aguja en un pajar. Ni ganas ni tiempo tenía. Pero, sin embargo, uno de los libros llamó mi atención: ‘The life-changing magic of tidying up’ o, lo que es lo mismo, ‘La magia cambiavídas de recoger’ (traducido mal y pronto). ‘A ver, a ver, a ver. Esto es nuevo’, pensé. Yo ya sabía que es bastante común eso de sentirse mejor después de recoger y limpiar (ya sea mentalmente o físicamente) pero, ¿un método? Guapísimo. De repente, me fascinaba la idea. Además, me sonaba. Busqué ‘Marie Kondo’ en Google y efectivamente, había leído un artículo en el Guardian hacía poco tiempo sobre ella. El libro era revolucionario. Ese era el libro que iba a cambiar mi vida.
Adelanto cinta hasta enero de 2019. Cuarta parada de mi tour navideño anual (obviamente y menos mal, dos tours navideños al año y no sé qué sería de la vida). Estoy en casa de mis abuelos, sofá, mantecados y manta. Netflix, sugerencias: Marie Kondo. Reproducir. Medio capítulo pasa: me duermo y me despierto al final del mismo. La decepción es real. Marie Kondo, chinajaponesacoreana (mordedme, venid a mí, porque aunque intente aprender a diferenciar con todas mis ganas, no me acuerdo de la diferencia después) que iba a ayudarme a transicionar de adolescente tardía a adulta completa, basa su método en meter todo en cajas y quedarte sólo con lo que te hace feliz.
A ver, os comento: esperaba más. Esperaba que, detrás de Marie Kondo, hubiera calma, serenidad y profundidad (coherente). En cambio, veo a una señora que da saltitos y palmitas de la alegría cuando entra a una casa en la que hay tantas cosas acumuladas que podrían compartir el alquiler con los dueños; también saluda a la casa – ¿no llega ya con que el felpudo te dé la bienvenida? Que alguien me aclare que yo voy atrasada (aún el otro día me enteré de
que era millenial, os podéis imaginar); después te descubre que las cajas molan mucho (cosa que, seguramente, ya hayas aprendido en IKEA un sábado por la tarde) y que hay que doblar la ropa para que te quepa. Incluidas las bragas y los calcetines. Organízalos por colores. Despídete de las cosas de las que te vayas a deshacer, agradéceles su función en tu vida. Corres el riesgo de terminar abrazada durante una semana a unos tacones de mercadillo, llorando a moco tendido, pero OK oye, ¿por qué no hablar con tus cosas antes de echarlas a la basura? Hoy en día no cogemos llamadas de teléfono porque es demasiado intenso, pero cuéntale a tu jersey que lo quieres mucho y por eso lo vas a dejar ir.
Yo no lo compro. Primero, porque no me fio de una persona que habla inglés a ratos (me desconcierta particularmente). Segundo, porque no hemos terminado de salir de la ‘tiranía de la felicidad’ de Mr. Wonderful (todos mis respetos) y ya estamos entrando en la moda de tenerlo todo de punto en blanco en casa (que por lo menos me quede eso, ¿no? El no tener que sentirme culpable por tener mi cuarto hecho un Cristo cuando vuelvo muerta de un día de curro).
Tercero y último (y no por ello menos importante), porque es una señora que ha venido ahora a intentar que yo organice las cosas porque sí y, perdona que te diga, Marie Kondo, pero si no lo consiguieron mis padres con la zapatilla durante 28 años, no te voy a hacer caso a ti.
No hablemos del tema libros – ojalá que alguien ponga el suyo en el montón de cosas para dar. Seguro que ahí ya no da palmas y saltitos.
Menos mal que no me compré el libro de Marie Kondo.
Menos mal que me compré dos fanfic de ‘La Bella y la Bestia’ y ‘Aladdin’.
El verle otra cara a esas historias mientras siento el calor de la colada recién sacada de la secadora en la cama.
Eso sí que me ha cambiado la vida.
Por Alba Novoa
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