Con ciertos acordes no se juega, ni se tocan

  • Por Juan «El letrastero» desde su sección “Acuéstate y suda”

 

El otro día, ojeaba a ritmo pausado una de las revistas de temática musical de la que llevo nutriéndome desde la adolescencia. Además de servirme para amenizar la tarde del domingo, aprovecho para enterarme de lo que rodea al mundo del Rock. No es nada extraño. Tiene que haber de todo en esta vida. Incluyendo a los que leen el Financial Times, la hoja dominical de la Conferencia Episcopal… y hasta el BOE. Aunque, seamos sinceros, el Boletín Oficial del Estado no lo lee ni El tato. Todo y que, si alegas algo contra las instituciones o en tu defensa, excusas que dicen, te recuerdan que estás obligado a hacerlo y a diario (lo de leer el BOE eh).

Pero bueno, si pusiéramos básculas en nuestras obligaciones… sobrepasarían del peso permitido. ¿Por la ley? Correcto, por la del más fuerte.

En fin, que yo, que me he encomendado hoy a las normas del insomnio en pro de favorecer la circulación de palabras en estas pálidas arterias de papel, mediante una compulsiva reafirmación hacia la figura de Paul Valéry. Pues tal y como recalcaba el escritor francés: “La sintaxis es la facultad del alma”. Por lo tanto, sigo insistiendo en mis cabezazos contra los muros del subconsciente, cada vez que mis inquietudes juegan al: un, dos, tres… pica pared.

 

Confieso que cada vez abuso más del desfibrilador de recuerdos

 

Pero, a lo que iba. Hoy, tras leer una noticia musical que hacía referencia a los conciertos que Bruce Springsteen realizará dentro del marco de su gira europea, concretamente, la que corresponde a su parada en Barcelona en 2023; no pude hacer otra cosa que, cerrar la revista y con ella mis ojos. Este acto es natural. Lo llevo a cabo siempre, justo antes de comenzar las maniobras de reanimación de mi memoria. Confieso que cada vez abuso más del desfibrilador de recuerdos. Que yo achaco a un almacenaje sometido a la sobresaturación, pese a que también se pueda deber a una cierta facilidad por pulsar la tecla suprimir y mandar de viaje al vestíbulo de la papelera de reciclaje lo que sobra. A aquellos que, como yo, los inhibidores latentes nos funcionan peor que aquel coche con el que Sainz y Moya subían el listón del gafe a niveles inalcanzables, debemos recurrir a estas acciones, pues nos despistamos con el vuelo de una mosca, o nos vamos de viaje a la luna de Valencia con más frecuencia que los satélites de la NASA derrapan por el espacio exterior.

Que una entrada para ver al Boss, oscile de los 200 a los 5.000 € es una burrada. Y no vale la excusa que ponen algunos, entre los que me incluí en más de una visita de los australianos AC/DC, o de Pink Floyd en el 93. Tomándome en serio lo de: “Es que igual va a ser la última vez que vengan…”. “Es que están mayores, no girarán mucho tiempo ya…” Etcétera. Por mucho que se cumpla la profética incitación al derroche de Pepito Grillo.

 

“Es que igual va a ser la última vez que vengan…”. “Es que están mayores, no girarán mucho tiempo ya…”

 

Me viene a la cabeza un amigo de juventud (“El Pera”), que en 1991 se compró su entrada para ver a AC/DC y unos chavales de la Bahía de San Francisco que empezaban a explosionar (Metallica), y que de tanto enseñar orgulloso su entrada por los bares del barrio gótico; y por eso de que en los bares se bebe…entre otras cosas… la perdió. Siempre, que veo a los aficionados del equipo derrotado en alguna competición deportiva llorar desconsoladamente, me acuerdo de él, de Daniel Perales. En mi clase a cualquier apellido le sacábamos partido, pero eso es material para otro artículo.

Pasan los años, y así llevan los Rolling Stones desde que tengo uso de razón. Yo, ya no me aventuro a subir al alto de A Pena Folenche por la cara que no tiene escaleras, y en cambio ahí tienes a Keith Richards, cayéndose de cocoteros, a los que antes hay que subir. Que no se nos olvide este detalle. Aunque Charlie ya improvise por otros lares.

Lo de los precios de algunos conciertos, por hablar de un tema (otra vez me dejo los de las eléctricas para otra entrega), se ha convertido en algo desorbitado. He achacado en infinidad de ocasiones que, mucha culpa la tiene esa parte de público que acude a ver a los grandes clásicos como el que va a un acto social porque hay que ir. Para tal vez, colgar la foto en el concierto de Guns and Roses, haciendo cuernos y con cara de “Guau… esto es la caña”. Y que al día siguiente, todo el mundo en el trabajo, sepa que tú estuviste allí. Eso mola… y mazo. Que conoces tres, a lo sumo cuatro, tirando por lo alto de sus canciones; que curiosamente son los hits más populares. Y que el resto del repertorio te suena a lo mismo que a mí el de Andy y Lucas. Con la diferencia que yo, no voy a un concierto de estos dos. Primero, porque a ver con qué cara miro luego a mis amistades. Y segundo, porque por mi culpa, a alguien que le guste ese dúo musical, se iba a quedar sin entrada para verlos. Lo mismo soy muy tajante y radical al respecto, pero puedo corroborar que he tenido a personajes en conciertos, de espaldas al escenario tres cuartas partes del recital, ajenos a lo que el del uniforme de colegial, el de la gorrilla y el resto (seguro que los llaman de esta forma o similar) ejecutaban desde el escenario. Y que conste, que no soy de esos de: “mi grupo es mío y de los míos”. Al contrario, siempre he pensado que si a los conciertos de los grupos que me gustan y asisto, va más gente… mejor para todos. Pero lo del postureo en el Rock, juega en contra de los que sentimos pasión por este estilo musical. Sea debido, o no, a que llevamos más conciertos a nuestras espaldas que años la Sagrada Familia en construcción.

 

Para tal vez, colgar la foto en el concierto de Guns and Roses, haciendo cuernos y con cara de ‘Guau… esto es la caña’. Y que al día siguiente, todo el mundo en el trabajo, sepa que tú estuviste allí. Eso mola… y mazo

 

Me da lo mismo que porque una de las Kardashian se ponga una camiseta de Slayer u otra influencer una de Anthrax, las vendan a cascoporro en cadenas de ropa. Tiendas, en las que curiosamente nunca pondrán en el hilo musical ninguna de las canciones de estas bandas. Pasó con los Ramones. Todo el mundo con sus camisetas. Incluso yo. Pero ojo, no nos equivoquemos. Y ahí… sí que soy taxativo je, je. No es lo mismo no tener ni pajolera idea de cómo suena la banda dueña del emblema que luces en el pecho, entiéndase: ni un triste “Hey Ho Let´s Go”, ni un “Gabba, Gabba Hey”, que salir a la calle orgulloso de que si miras hacia abajo y ves el logo de los neoyorquinos o el de Motörhead, lo primero que cruza tu mente es cualquiera de esas joyas musicales que dejaron como legado.

 

Me da lo mismo que porque una de las Kardashian se ponga una camiseta de Slayer u otra influencer una de Anthrax, las vendan a cascoporro en cadenas de ropa

 

Pues nada, que sigan poniendo los promotores o quién sea, el precio de las entradas por las nubes y para economías desahogadas, que los verdaderos seguidores seguiremos estrujando el ingenio y llenando cerditos de porcelana durante meses con las monedas de 2€ que caen de algún cambio. Pero que no se olviden que el Rock pertenece a la calle, y que es un estilo que permanece perenne. Que no se piense nadie que es una moda pasajera, aunque las grandes marcas lo impongan así. Sé de bandas, que se han quedado de piedra al enterarse que un concierto suyo costaba mucho menos en Suecia que aquí en la península. Lo que es de por sí significativo, si comparamos el nivel de poder adquisitivo de ambas economías. Eso ya es el “Esto” del colmo.

El Pera”, a día de hoy, se iba a perder a todos los grupos que le gustaban, porque era de los que compraba su entrada del taco en la tienda de discos de confianza. O la adquiría en taquilla antes de abrir puertas, a pesar de tener que pagar un tanto por ciento de plus, que es lo que le pasó cuando perdió la del Monsters of Rock.

Me juego un “London Calling” a suertes, a que el día que tocaron sus apreciados Iron Maiden el pasado mes de julio en el Estadi Olímpic, se tuvo que quedar en el bar de en frente al viejo Palacio de Deportes de la calle Lleida, provisto de una cerveza más amarga que su decepción, y escuchando en su Ipod (hizo la transición del Walkman eh, no le subestiméis) a Rosendo; su compañero inseparable, cantar aquello de: “Estáis equivocando al personal… y no se vende el Rock and Roll”.

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