Brujas del Ayer. Mercaderes del Hoy
Un dios creó al hombre y a la mujer, el útero de ella anidó a la progenie, la necesidad de alimentarlos regularmente creó a su vez la agricultura. Siembras y cosechas fueron prioritarias para la supervivencia de las tribus cuando el sólo recolectar se hizo insuficiente.
Las cosechas debían ser exitosas, pero estaban libradas al capricho de los elementos,había que predecir lo impredecible, el futuro.
Entonces el humano creó las artes adivinatorias, le era imperioso saber si el destino se presentaría nefasto para conjurarlo mediante ritos o sacrificios, o, si se mostraba benévolo agradecer del mismo modo. Al destino lo llamaron dioses.
Los métodos adivinatorios eran variados, sueños, señales del cielo o la tierra, examen de vísceras de animales o personas o provocación de visiones mediante la ingesta de setas alucinógenas.
Interpretar correctamente las señales fue tarea de una nueva casta, magos, adivinos, y sacerdotes, quienes, gracias a una buena comprensión del lenguaje de la naturaleza podían anticipar algunos fenómenos. La importancia de estas gentes creció, mezclaron con astucia la observación pasiva con la interacción activa, por ejemplo, mostraban terrible poder al fingir provocar un eclipse, que, sabían, iba a suceder.
Se rodearon de misterios, palafernarias intimidantes, para destacarse como seres conectados directamente con las divinidades. Así nacieron las religiones.
Pero las mujeres campesinas comprendían mejor que nadie cualquier señal de la naturaleza.
Sabían cual viento traería lluvia y cual sequía, sabían de las hierbas que curaban y de las que mataban, en cual suelo crecería mejor un cultivo. Sabían que gatos y serpientes mantenían libres de ratas el grano almacenado, que las arañas eran valiosas porque sus telas ayudaban a cicatrizar heridas, al igual que ciertos musgos de aspecto rancio.
Sabían elaborar pociones para sanar animales o matar alimañas.
Y también dominaban el enorme poder de la sugestión, utilizaban miedos atávicos para que sus niños y también sus hombres no se metieran en problemas.
Aquellas más dotadas podían con ese poder dominar animales, calmarlos en los partos, o espantarlos si eran peligrosos.
El sólo hecho de interpretar la gestualidad de los bebés para atenderlos eficazmente las hacía capaces de leer las expresiones más sutiles de cualquier persona o bestia.
El sexto sentido femenino existe y es un don otorgado por la maternidad.
Algunas de estas mujeres enfrentaron por alguna razón a los sacerdotes, y muchas gentes acudían a ellas porque eran más sencillas, accesibles y ostentaban sentido común.
Éxodo 22..18 «A la Bruja no dejarás viva», nunca se sabrá si esa frase fue introducida por Constantino en el Concilio de Trento, o fue mal interpretada ya que el hebreo antiguo es ambiguo en su lectura. Bruja puede significar cualquier cosa.
Los sacerdotes recelosos y enfadados con esas mujeres las llamaron Brujas. Conocidos son los resultados.
Sin embargo, con el paso de los siglos, las actividades adivinatorias siguieron desarrollándose, de otra forma claro. Ya no se trataba de propiciar lluvia o de cosechas abundantes.
Se trataba de cuestiones personales, amores, odios, triunfos, dinero, salud, deseos insatisfechos.
En todas las clases sociales, desde las más encumbradas hasta los menesterosos, en cultos e ignorantes, todos cedían a la necesidad atávica de conocer su futuro, presente y pasado.
Otro tipo de brujas surgió, naipes, borra de café, hojas de te, astrología, la consabida bola de cristal, caracoles marinos arrojados, et cetera, sirvieron como medio de adivinación.
Durante las últimas décadas es una de las industrias más rentables, mueve mucho dinero.
Y no resulta extraño que en su mayoría sean mujeres las modernas adivinas. La sabiduría ancestral de su género les permite leer, no el elemento, si no a la persona que tienen delante.
Y tanto por teléfono y hasta por internet, encuentran en las preguntas que se les formulan la respuesta implícita.
Con la misma astucia de los antiguos magos que «provocaban» eclipses, sumado al poder de la sugestión, cambian magia por dinero, siendo antagónicos por definición.
Nuestra época convirtió en bizarro el antaño íntimo diálogo entre el humano y la naturaleza, mercantiliza a buen pagador ritos de y para la tierra, un profundo vínculo perdido.
Es de desear que cierta magia pura exista, seguro que no en el reino del hombre civilizado.
Eso es tema para otra charla.