Abanca y el timo de las comidas de autor
La pregunta es sencilla y la respuesta… la respuesta ya es otro cantar porque hay timos para dar y tomar; pero así, sin comernos mucho el coco, a bote pronto que se dice. ¿Hay mayor timo que las comidas de autor? ¿acaso la letra pequeña de una compraventa? ¿el folio 4.728 de una hipoteca? ¿el truco que utiliza Abanca (antes Caixa Galicia) que si quieres dar de baja un seguro tienes que hacerlo con dos meses a la fecha que expire, como si te fueras a acordar? ¿quizás como se lo montan Abanca también (a este paso le dan un premio) que si haces una segunda hipoteca, como le ocurrió a un amigo, le cobraban dos veces el seguro de la vivienda? ¿tal vez (joé con Abanca) decir que eres una empresa gallega, pero que muy gallega y luego el diseño y logos los contratan en Barcelona?
Casi estoy por llamar al director de Abanca y que me diga si hay un timo mayor, que parece que de este asunto saben mogollón; pero no, no lo voy a llamar porque es evidente que más que la comida de autor no lo hay. ¿Y por qué no hay mayor timo que la comida de autor? porque Abanca (lo siento, no es por meterme con la antes Caixa Galicia, pero es que Abanca se esta convirtiendo en un referente de trapallada, que decimos los gallegos) lo hacen sin que te des cuenta, pero la comida de autor te la ponen ante los ojos y hasta hay quien se convence que lo que paga por ella es normal.
Hace unos días me invitaron a comer a un sitio exquisito, y bajo un nombre que no veas me sirvieron una maqueta de comida. Tras tomarla, un pavo que hablaba como si fuera ingeniero de la Nasa o doctor honoris causa por la Universidad de Pennsylvania, sin que nadie se lo preguntara y que resultó ser el cocinero, se acercó a la mesa y comenzó a explicar como se había preparado la condenada tapa.
Tras casi cinco minutos disertando sobre las propiedades de la habichuela miró a todos y dijo, como si estuviera presentando la tesina para ser la mano derecha de Obama: «¿les ha gustado?». Todos dijeron que sí, que excelente, excepto yo, que estuve por preguntarle si se refería a la explicación o a la vianda, pero ya sospechando de que se refería a esta última, le comenté: «estaba muy bien, pero la cantidad es un poco escasa».
Pues fue oírlo y ni que hubiera mentado a su madre. De repente vi como el mandilón blanco se le puso negro, el gorro parecía de un pastelero, la sonrisa… la de la muerte, y un tenedor que llevaba en la mano lo veía volando lentamente haciendo una parábola hasta clavarse en mi yugular. Puso una cara, una cara, pero una cara que estuve por pedirle disculpas, que me firmara un grano de arroz o que me cociera a la cazuela, aunque realmente lo que me apetecía preguntarle era: «perdone, ¿pero esto es un restaurante o es Abanca?».
Manuel Guisande
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