Cuando menos te lo esperas
Hace un mes, más o menos, estaba encerrada en el auditorio del Centre Pompidou de Málaga junto a doce compañeras. Aprendíamos las reglas del juego, la técnica necesaria para sacar adelante la performance ‘Blancheneige’, una crítica al consumo masivo, representada por la figura de la mismísima Blancanieves (Kalashnikov en mano, por supuesto). Todo orquestado bajo la genialidad de Catherine Baÿ (y su escenógrafa Julie).
Podría meteros una bola aquí del copón y deciros que conocía un montón su trabajo y demás, pero no. Sólo sabía tres cosas cuando decidí mandar mi currículum para la selección (queridos compañeros de profesión, no os retorzáis con mi ignorancia y mi infantilismo): en primer lugar, había que estar una semana trabajando performance (gratis, que es un detalle importante) con una directora extranjera que había aprendido de Jacques LeCoq (pequeña aclaración cultural: no es el señor de LeCoq Sportif); en segundo lugar, iba a ver el Pompidou gratis (llamadme cutre, pero con lo que gano de profe no me da para pagarme entradas de museos así como así); y en tercer lugar, y no menos importante, si me cogían iba a ir vestida de Blancanieves, con traje de latex y UNA METRALLETA. Blancanieves con metralleta. Es brutal.
La cuestión es que al final la metralleta fue lo de menos – lo que aprendí en una semana fue que, para el actor (y para todo en la vida, en realidad), lo complicado es lo simple. Hacer tres movimientos en escena es fácil si los dejas ir, si no pones toda tu energía en ellos – pero, ¡ay amigo! Intenta hacer tres solamente y pon tu cuerpo y alma en ellos. ¡Ay, amigo! Intenta transmitir una sensación sin utilizar tus músculos faciales ni tus manos, huyendo del realismo tal y como lo conocemos. Inténtalo, y te sudarán hasta los higadillos.
Pero lo que vengo yo a contar hoy no es lo del taller (que también, ya que estamos). En uno de los descansos, recibo una llamada. Me preguntan que si sé hacer clown (clown = payaso profesional – no de animaciones, de escenario -, para los profanos). Mi respuesta es obvia, ya que llevo siendo payasa (en todos los sentidos) desde que nací. Se cruzan más llamadas y pasada otra semana, me reúno con el que es ahora mi compañero en un espectáculo de clown y magia.
¿Sabéis esos momentos en los que dices ‘esto es’? Fue uno de ellos. Sé que no es una película en Madrid, no es una obra de teatro en Londres, no es, definitivamente, una serie de televisión en un gimnasio. Sé que muchos compañeros habrían huído como ratas al ver que no habría un reconocimiento goloso a cualquier nivel.
Pero yo recuerdo que una vez de pequeña me acerqué a mi madre mientras cocinaba, le toqué en el codo y le dije: ‘¿Sabes qué es lo más bonito que hay en el mundo?’ – mi madre me miró, pensando en si debía darme cancha o no – ‘Hacer reír a alguien, mamá’. Mi madre volvió la vista al huevo frito que estaba cocinando y yo me fui a ver Los Simpsons.
Ese es el ‘reconocimiento goloso’ para mí (hacer reír, no ver Los Simpsons). En esa reunión lo supe. Y no puedo tener más ganas de empezar con ello.
Hace un mes, más o menos, me di cuenta de que hay cosas que pasan cuando tienen que pasar.
De que hay cosas que si se te pegan dentro, algún día ocurrirán fuera.
Cuando menos te lo esperas.
Alba Novoa
http://albanovoaf.wix.com/albanovoaf