Dinosaurios y mentachoc
La gente se viene equivocando desde hace mucho, mucho tiempo atrás. Sé que lo he descubierto sólo yo, las flores las podéis dejar en la puerta de mi casa, que ya yo las recogeré (y si pudiesen ser bombones en vez de flores, mejor – y lo sabéis). Cada día que pasa, más me doy cuenta de lo importante que es escoger el sabor de helado correcto para sobrevivir.
No. No estoy escribiendo un guión para una versión animada de The Walking Dead con helados con caritas como zombies y camisas blancas como protagonistas (algún día. Algún. Día).
Pensad en la situación: Vuestra tía Jimena viene del pueblo y le gusta mucho el helado de limón. Y a ti, pobre infante inocente, te gusta el de menta. Oh, el helado de menta con sus pepitas de chocolate. Te enfrentarías a un T – Rex con un mondadientes por arma para conseguir una tarrina de helado de mentachoc y te las arreglarías para que el brazo que te quedase tras la pelea llevase a tu boca una cucharada del postre para morir con ese regustillo.
Jimena, la adorable, te lleva a por un helado. Te despistas contando las moscas del cristal de la heladería. Error fatal. Te giras y te encuentras con un helado de limón. Has conseguido, gracias a tus increíbles poderes mentales (obviamente), que las moscas no se vayan del cristal y has contado 5, pero ¿por qué hay un puto helado de limón cuando has dicho que lo querías de menta? No hay dislexia que pueda justificar tal equivocación. No hay justicia divina que pueda equilibrar el hecho que acaba de acontecer. Pero te lo comes, porque tu tía te ha dicho que, si lo haces, te regalará un sobre de cromos de Alf. Sabe feo, pero te lo tomas, porque la recompensa está ahí. Te faltan cinco estampitas para terminar la colección y tú no vas a parar hasta conseguirlas.
La gente se equivoca. Se pasa la vida aceptando helados de limón cuando quieren los de mentachoc (o los de Peppa Pig. Entiendo todos los sabores, menos el de Turrón. El helado de turrón es una paradoja en sí mismo. Y está feo, qué cojones. Si eres de los que piden helado de turrón, no tienes mi confianza). Yo estoy harta de que me ofrezcan los de limón, de que me intenten convencer de que son los únicos buenos porque van con todo (cocineros tirándose de los pelos en 3, 2, 1…), la apuesta segura porque siempre triunfan, porque no empachan, dejan el sabor durante un tiempo, pero se acaba yendo y necesitas ir a por más.
Si yo quiero ser actriz, no me fuerces a ser reponedora de almacén a tiempo completo porque se cobra mejor y hay que vivir. Vivir, para mí, joven ingenua y romántica (no de amor, si no de ideas utópicas), es, como dice la célebre frase de Facebook, encontrar lo que te gusta y dejar que te mate. En todos los sentidos (las llevo putas, lo sé). Es decir, ensayar, escribir, verlo todo, probar cosas (y esperar tomates desde el escenario – lo suelo hacer más a final de mes, que una va escasa y no le da para ir al super). Trabajar de lo mio, que es lo único que no me importa que me deje como un trapo al final del día. Reventarme si es necesario (que el esfuerzo pa’ na’ es tontería) y deshacerme el cerebro para sacar lo que tenga que sacar adelante. Llegar a casa por la noche y no poder ni vocalizar de lo cansada que estoy.
Trabajar de lo mio, en lo que caiga, sea lo que sea – y si es algo diferente a mi, mejor. Trabajar sin miramientos. Sin peros. Bajar la cabeza y abrir las orejas – esa es la mejor manera de cobrar por un trabajo, porque así se aprende. Y al principio, tenemos que aprender. Si te subes a un tren para conducirlo, ya puedes ser el mejor conductor del mundo, que si no tienes carbón para que ande, te quedas en la estación como un subnormal. Vaya, que el talento sin trabajo, no sirve de nada.
Así que, aunque sea difícil, coged el tren y hacedle un corte de manga a la tía Jimena, que estará con el helado de limón chorreándole por las manos en el andén. Empezad a echarle carbón, pero basto, que ese bicho tiene que tirar y subir una montaña muy difícil. De vez en cuando, podéis mirar hacia abajo – sin miedo, sin vértigo, que del suelo no vais a pasar. Pero nunca olvidéis a dónde queréis llegar. Eso os dará la energía para llevar el tren con alegría y para que, cuando lleguéis arriba, podáis batiros en duelo con el T-Rex con un simple mondadientes como arma para llevaros vuestro helado de mentachoc.
Será una jodienda, pero seguro que esa tarrina será la que mejor os sepa de toda la vida.
Mientras no sea de ese helado de menta que sabe a chicle de menta.
En ese caso, estampádselo al dino y tiraos por la montaña como si fuera un tobogán de emergencia de un avión.
Alba Novoa
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