El Porteño
Buenos Aires fue armada con retazos de pueblos convergentes de todo el mundo, especialmente Europa.
Durante el s. XIX y primera mitad del s. XX centenares de barcos vaciaban el el puerto sus cargas de tristeza, desesperación y esperanza.
Los inmigrantes fueron expulsados del Viejo Continente, que en aquellos años tenía un futuro incierto y demasiado pasado.
Llegaron por millares, pasaban sin preguntas ni exigencias por las aduanas. Los que no tenían donde ir eran alojados en grandes galpones portuarios. Luego se desparramaron por el inmenso territorio casi despoblado.
Muchos, sin embargo, se afincaron cerca del puerto, con la vista puesta en el ancho Río de la Plata, ya que era el camino de un improbable retorno.
Literalmente desgarrados de seres amados y costumbres ancestrales dejados muy lejos, del otro lado del océano, los inmigrantes de diversas lenguas y culturas compartían la nostalgia, hundida para siempre en sus carnes.
Se hacinaron en los «Conventillos», antiguas casonas decrépitas, cuyas habitaciones eran alquiladas en forma separadas.
Formaron nuevas familias, españoles, italianos, polacos, irlandeses, alemanes, portugueses, rusos, se unieron en matrimonio, dejando de lado las diferencias preexistentes, la gran mixtura comenzó.
El ansiado retorno se disolvía como el humo de las fábricas que teñían de gris el cielo de la ciudad, guerras mundiales, guerras civiles, las cartas desesperadas de quienes quedaron allá narrando los horrores de lo que estaba pasando eran recibidas con ansiedad, el mensaje común era «quédate allí» Y el único futuro posible parecía ser aquí.
Ciudad gris, húmeda, con nieblas, chata, llana, carente de paisajes bellos, pero segura. Sin cataclismos naturales, y pequeños y miserables desastres políticos.
El desarraigo nunca cicatrizo en los inmigrantes, hundido hasta los huesos, se manifestó en un intangible condimento cultural, el Tango tiene el fuerte sabor del adiós y el fracaso.
Como todo lo amado, la distancia pule aristas, lo hace más bello, más deseado. Comparado con Buenos Aires, aquello perdido era hermoso. Esa tristeza profunda paso al las generaciones nacidas cerca del puerto. Porteños, pertenecientes al puerto.
La ciudad creció, se hizo descomunal, y paradójicamente dio la espalda al Río de la Plata, ocultando el camino de regreso, es una negación arquitectónica casi única en el mundo.
Con esa gran carga de no pertenencia se formó el porteño que poco y nada tiene contacto con el puerto. Buenos Aires no parece tener río alguno.
Sin embargo si modeló una identidad, el mestizaje es fuertemente creativo, el aporte de las diferentes culturas se ve claramente, cosmopolita, dinámica, febril. Y durante el siglo XX genero poetas, músicos, escritores, científicos. Todos ellos hijos de los expulsados. La historia de Buenos Aires es corta en el tiempo, pero compleja. Existen multitudes de factores y hechos, fantásticos logros y fracasos.
Sea como sea, el porteño típico, con su idiosincrasia, gustos y características peculiares surgió.
Por más que se niegue, hay cierto desprecio por aquello que no sea europeo, Buenos Aires es europea, un transplante a Sudamérica, el porteño difícilmente se identifique como sudamericano.
Este artículo esta lejos de ser indulgente con el habitante de Buenos Aires, todo lo contrario, la letra de una canción dice » Podemos ser lo mejor, y también lo peor, con la misma facilidad».
Seres complicados, de personalidad difícil y dual. Como si las distintas sangres que lo engendraron viven en conflicto permanente.
Uno de los rasgos más visibles es la soberbia, causa y efecto de casi todos los infortunios, pesares, desgracias y ridículos.
La soberbia lo lleva a hablar opinar y sentenciar sobre cualquier tema, lo conozca o no, siempre debe tener razón, la incontinencia verbal es imparable.
La soberbia lo lleva a crear antipatías, pero, dual, puede ser al mismo tiempo encantador, seductor, y quien no nació en Buenos Aires queda desconcertado ante Jano.
La misma altanería los hace conducirse como si fueran elegidos, sus prioridades avasallan el respeto hacia los demás.
Pero, esa falsa seguridad no tiene asidero, la prueba de esa situación personal conflictiva es, por ejemplo, la cantidad de psicólogos y psiquiatras que deben atender todo tipo de complejos y temores.
Es irritable, especialmente en las calles, prepotente. Basta que tenga un elemento de poder mínimo, como un automóvil, para que se muestre hasta que punto considere que sus necesidades son de importancia cósmica.
Y, sorprendentemente, ese mismo individuo es capaz de brindar muestras de solidaridad y empatía inigualables.
Es terco, herencia vasca tal vez, le es difícil renunciar a sus opiniones.Es pasional, herencia siciliana quizás. Es gestual, herencia andaluza puede ser. Es dual, racional y mágico, herencia gallega sin duda. Es festivo, sangre irlandesa, es todo de todo. Lo mejor y lo peor de cada cultura.
No es fácil definir a un pueblo en su conjunto, y hasta sea temerario intentarlo. Pasar un nivelador para igualar es antipático. No por nacer en tal o cual lugar las gentes comparten todas las características locales.
Pero, si usted, en cualquier lugar del mundo, ve a una persona avanzar con paso largo y expresión de importancia eludiendo una cola por ejemplo, de un aeropuerto, y poniéndose en primer lugar, o, escabullendose en el metro para no pagar pasaje, o criticando todo lo que ve y comparándolo compulsivamente con las increíbles excelencias de su lugar de origen. O tal vez, con grandes aspavientos invitando a desconocidos a costosas cenas. Quizás derrochando lo que no tiene para luego pedir prestado. Poniéndose a si mismo en un pedestal de logros, triunfos y opiniones sin discusión.
No tenga dudas, es un porteño.
Sonia Drusila Trovato Menzel