Leyendas del Bierzo: El ‘Santo Grial’ o el ‘Milagro del Cebreiro’
El ‘Santo Grial’ o el ‘Milagro del Cebreiro’.
Desde mi más tierna infancia- eran aquellos los tiempos del nacionalcatolicismo- escuché múltiples y variadas versiones en torno a un hecho especialmente relevante para los lugareños del entorno del Santuario de Santa María la Real del Cebrero: “O Santo Milagre”.
En primer lugar cabe señalar que, en mi opinión, este enclave no constituye nada excepcional a primera vista. Creo que el topónimo deriva del vocablo gallego “Acivreiro”, es decir, que sus inmediaciones pudieron estar pobladas, en parte, por uno o diversos acebedales. El clima de antaño y las condiciones edafológicas así lo avalarían.
Sin embargo, también he sentido y recibido las observaciones de muchos peregrinos que ven algo extraño en este poblado prerromano. Quizá se trate de un magnetismo evidente y casi insensible, de fuerzas telúricas o energéticas,… Lo que es cierto y constatable se reduce a que O Cebreiro se ha revelado como “uno de los hitos destacables del Camino de Santiago”.
Hará medio siglo el tiempo meteorológico era más extremo, desabrido y crudo. Para reafirmar este apunte baste un dicho o refrán de los más viejos del lugar: “No Cebreiro tres meses de inverno (el verano) y nove de inferno (el resto de la temporada anual)“.
Pues bien, siempre me llamó poderosamente la atención el rótulo de lo que en su día- y durante siglos- fue un Convento de una Congregación benedictina, cuyos integrantes procedían de Francia: “San Giraldo de Aurillac”. Mi buen amigo, el ya desaparecido Cura do Cebreiro (D. Elías Valiña) nos ilustraría, en su caso, cumplidamente sobre ello. Mas ya no es posible, aunque su extensa producción centrada en la temática del Camino de Santiago Francés nos haya sido legada.
Sin más circunloquios o disquisiciones, es preciso relatar sintéticamente lo acaecido, con dos condiciones: solamente se referirán datos y circunstancias en las que coinciden prácticamente todos los narradores y, además, es imprescindible mostrar la curiosidad respecto a la datación de la historia: nadie se atreve, a ciencia cierta, a formular o explicar una fecha (ni aproximativa). Por tanto comenzaremos con una fijación temporal ambigua.
SINOPSIS:
“Hace años, según nos ha sido transmitido y aseguran nuestros ancestros, un aldeano del cercano- relativamente- pueblo de Barxamaior (de la parroquia de O Cebreiro) se decidió a acudir a la Misa dominical, a pesar de las inclemencias del duro invierno (nieve, viento, helada en los rincones sombríos y otras dificultades: xistra, “pulva”, peligro de saraiba,…, conforme al lenguaje autóctono).
Tal era la cantidad y grosor del manto blanco caído que, en algunos tramos de su itinerario por sendas, “corredoiras”, caminos,…, le cubría la nieve casi hasta la cintura. Tal contingencia desagrable, no obstante, no lo arredró y continuó su penoso periplo. De todos modos, al ser su avance lento y parsimonioso, se retrasó y pensó que, si bien perdiera el oficio religioso, por lo menos se le permitiría rezar.
Al fin, después de tan hercúleo esfuerzo, el buen feligrés accedió a la ermita. Hallándose en esos justos instantes el monje vuelto de espaldas, como se contemplaba entonces en la liturgia, no se percató de ninguna forma de que se encontraba acompañado por otra persona. Estaba, precisamente en ese momento, procediendo al acto central de la celebración: la Consagración.
Nada más que alzó la hostia, procedió a hacer una genuflexión y volvió su mirada hacia el recién venido. Y se sorprendió de que, en aquel contexto tan poco propicio, un fiel osara acercarse a cumplir con su deber dominical. Permaneciendo, pues, el clérigo absorto en estos pensamientos, sucedió algo inexplicable y extraordinario. Al elevar el cáliz, en señal de adoración, el pan ácimo se transfiguraba en la Carne de Cristo y el vino en su Sagrada Sangre. El oficiante no sabia cómo reaccionar: estupefacto y maravillado, contemplaba el reguero de sangre que se precipitaba desde el altar o ara.
Dicen- y algunos creen firmemente por su fe- que estas reliquias se hallan contenidas en unas ánforas-sagrarios que se exponen en este templo emblemático. Las gentes de los alrededores, coincidiendo con la Fiesta de la Encina, cumplen con el precepto de ir a realizar peticiones a la Santa Virgen por sus intenciones. He comprobado, hace años, la presencia de devotos que iban andando descalzos unos cuantos kilómetros. O un familiar directo que, para satisfacer una promesa, daba hasta una docena de vueltas de rodillas rodeando el presbiterio.
Finalmente, es conveniente aludir a las búsquedas denodadas- efectuadas por hombres de diferentes épocas- de símbolos con unas cualidades cuasidivinas: el “bálsamo de Fierabrás”, la “piedra filosofal”, el “Santo Grial”,…
El último citado se identifica con la copa o cáliz que se utilizó durante la Comunión postrera de Cristo con sus discípulos, ante la inminencia de su Prendimiento, Pasión y Muerte. La leyenda afirma taxativamente que “el que lo posea dispondrá de poderes sobrenaturales”.
¿Y si el Santo Grial hubiera sido ocultado en O Cebreiro, basándose en su falta de ubicación real y en el evento increíble que se ha relatado?
Como epílogo, refrescaré la memoria tradicional a través de una admonición que se conserva aún actualmente:
“E se vas a Santiago has de pasar polo Cebreiro, que Deus éche primeiro”.