Emilio el matón, metáfora del Ébola
Esta es la historia de un instituto. De un instituto normal y corriente, de toda la vida, con sus recortes, sus profesores malhumorados y sus adolescentes desprendiendo hormonas. Todo va como debería ir. De verdad, nada especial. Los días, las horas, los minutos pasan. Excepto en la clase de matemáticas, que se abre una nueva dimensión espacio- temporal en la que los minutos se triplican y las horas nunca terminan. Pero eso, como la mayoría sabemos, también es habitual. Y más en un mes de junio. Recuperaciones por aquí, rescates por allá. La tensión se notaba en el ambiente. Los alumnos eran zombies que caminaban por los pasillos pero, en vez de devorar cerebros, devoraban páginas de libros, apuntes y esquemas. Algunos se tatuaban los conceptos en la muñeca con boli bic. Todo vale para seguir adelante.
Pero, un día, Antonio pasaba por la puerta de la sala de profesores y escuchó como el jefe de estudios le decía a la directora que tenía que traer a su hijo al instituto, porque en el centro en el que estaba no iba a salir adelante. Antonio siguió escuchando, escondido. La directora no sabía si era una buena idea traer a Emilio, el hijo del jefe de estudios, al instituto, a sabiendas de que era un chico muy problemático. La respuesta que recibió fue tan simple como tajante: Emilio se cambiaba si o si. Si no lo hacía, a la directora se le podrían complicar mucho las cosas. Antonio, una vez escuchó como la directora accedía a la petición de su compañero, entró en pánico y salió corriendo hacia el patio para contarles a todo lo que había escuchado. Allí, todos sus compañeros deambulaban sin parar mientras repetían en voz baja todo lo que estudiaban. Antonio se paró en la escalera y, gritando, les explicó que Emilio, el matón al que todos temían en la ciudad, iba a venir al instituto en cualquier momento. Sólo dos de sus compañeros levantaron la vista – no era la primera vez que Emilio pasaba por allí, siempre iba directamente al despacho de su padre y volvía a la calle. Antonio supo entonces que se había dejado la parte más importante. Gritó de nuevo y aclaró que Emilio venía para quedarse. Nadie se movió. Los libros empezaron a caer al suelo como si tuvieran imanes en el lomo. Algunos levantaron la vista, buscando a Antonio. Otros se miraban entre ellos. Nadie dijo nada, pero todos hablaban con sus ojos. Excepto María. María no tenía miedo. María ya había tratado con gente como él en el colegio y sabía que no pasaba nada.
Al día siguiente, a la misma hora, todos estaban, una vez más, en el patio estudiando. María levantó sus ojerosos ojos del libro y vio como Emilio entraba al patio. Ni corta ni perezosa, María le preguntó, con cierto tono irónico, que cómo le había ido en el quinto instituto en el que había estado. Esta primera toma de contacto no le sentó nada bien a Emilio, que no dudó ni un momento en darle un puñetazo que la dejó fuera de combate. Todos los amigos de María quisieron defenderla, pero nadie se atrevía a dar el paso. Y a día de hoy, María sigue recuperándose. Emilio sigue andando por los pasillos del instituto. Y el jefe de estudios sigue tranquilo en su despacho, ajeno a lo que ocurre en el patio de su instituto.
Y a día de hoy, la enfermera sigue recuperándose. El ébola sigue andando por el país. Y la ministra de sanidad sigue tranquila en su despacho, ajena a lo que está pasando en el país para el que trabaja.