“Otro rodeo al sol (Hola 2023)”
- Por Juan «El letrastero» desde su sección “Acuéstate y suda”
La película vuelve a tener otra secuela. De nuevo, con la puntualidad que el ciclo anual dicta, nos encontramos ante la tesitura de descolgar de la pared el calendario sobre el cual seguimos escribiendo notas, citas y hasta garabatos. Es el momento de hacer un repaso al estilo cangrejo, pero sin detenerse demasiado en los detalles, buenos y malos. Yo, que me considero un friki de las efemérides, pues a la mínima que puedo, estoy con los consabidos: “Un día como el de hoy… estaba en tal sitio, estaba con tal y pascual, comprándome aquel libro, en tal concierto… etc” Ahora que reparo en ello; nunca rememoro homilía alguna o mitin político. Qué cosas, ¿no?
Reconozco también, que en ocasiones claudico ante otras tradiciones, como la de comer las uvas al ritmo de las doce campanadas. Nunca es que me haya atraído en exceso esa costumbre, pero son esas raras circunstancias en las que dejo a un lado mi voluntaria misión de salmón rebelde y me abandono en la dirección a favor, que no es otra que la que marca la corriente. Total… son doce segundos, doce campanadas, doce mordidas a unas pepitas que ponen a prueba los empastes. Luego “Chin, Chin”, “Muac, Muac” y “Salud a raudales”. Como ya ni salimos, pues nos abocamos a ver alguna película, mirando de reojo el sobre del “Almax”, que sobresale de la taza que luce en su torso un: “Estuve en El Burgo de Osma y me acordé de ti”. Repito con sorna otro: “Para eso hemos quedado”, mientras me dejo caer en el sofá con las agujetas clavándose en cada articulación, pues en la actualidad, en vez de dormir el día de nochevieja hasta el mediodía, con el fin de aguantar despierto hasta tarde, hemos adquirido la sana costumbre de correr la San Silvestre de la Estación de Montaña de Manzaneda, la cual organiza el Club de Montaña de Trives. Y sí… la frase que también repetiremos entre nosotros, seguirá siendo la de: “Con lo que hemos sido…”. Pero la edad, con bica y chocolate en las alturas, se puede llevar mejor.
Estoy por sacar del cajón alguna TDK que lleva reposando muchos inviernos, y grabar los 15 segundos primeros del “Hell Bells” de mis queridos AC/DC, repetidamente y cuatro veces
Pues eso, que cada cual acabe el año como mejor le venga o le apetezca. Eso sí, a mí lo de aguantar a la pareja mediática de turno mientras engullo cada una de las doce uvas… se me hace más cuesta arriba que el cortafuegos que encaro en la mencionada carrera popular. Aprovechando que en casa todavía perdura un radio-cassette, superviviente él de los ochenta, y que junto con la C-15 do Ramón das “Raiñas”, me confirman que el progreso estará aquí, como decían los Radio Futura, pero que hay cosas que posiblemente sobrevivirían a una apocalipsis mundial, y la mencionada furgoneta y mi Panasonic forman parte de ese grupo. Pero… a lo que iba: que estoy por sacar del cajón alguna TDK que lleva reposando muchos inviernos, y grabar los 15 segundos primeros del “Hell Bells” de mis queridos AC/DC, repetidamente y cuatro veces. Para que así, esos cuatro toques de campana en memoria del inigualable Bon Scott, completen de manera secuencial hasta la docena todo su ciclo. ¿Con uvas? Bueno, sí. La verdad, es que existiendo bombones (y algunos incluso escondiendo licor en su interior)… como que apetece cambiar la tradición, pero vamos, que no hay que arriesgar tanto e ir al extremo, que luego tienes que aguantar esas miradas que te adjudican el papel de aguafiestas y no… no es plan tampoco. Que somos animales de costumbres es algo que no se puede negar. Y tal vez por todo eso, tenemos la manía de comer de más en estos días de Navidad. También, les reservamos un momento o brindis a los que ya no están entre nosotros; aquellas personas que como decía una canción de Txarrena: “Dieron vueltas y vueltas, y se fueron con el aire…”, y que sin embargo, faltan todos los días desde que la cruel parca nos los arrancó de nuestros calendarios por tachar, dejando sus huellas por otros caminos… ¿En el cielo? No sé, yo como no creo en la reencarnación, ni en otras vidas, opino al igual que la citada estrofa: que se van… como el humo. Y que no es otra que la propia vida, la que en esos momentos nos cede con el puño cerrado el vacío que dejan en nuestra mesa; incrustándonos de morros al resto, en el ingrato cenicero repleto, siempre a merced del epílogo existencial en el que participamos desde el primer lloro hasta que el destino descifra la fecha de caducidad.
Porque somos como la piedra aquella del camino, que rodaba y rodaba, y así iba cogiendo forma
Tras el nuevo año, que se erige en el protagonista principal de la velada, va todo un séquito de días por llegar, con sus respectivas noches, que nos dejarán sonrisas, lágrimas… buenos y malos momentos. Porque somos como la piedra aquella del camino, que rodaba y rodaba, y así iba cogiendo forma. Por lo tanto, hay que dejar de una vez a la hipocresía en el estante más alto e inalcanzable. Es absurdo echar mano del falso compromiso. Es un ejercicio muy poco sincero ese de felicitar el año a la gente que ha hecho méritos propios para quedarse ahí… en las alturas. Y no valen excusas del tipo: “¡Vaya! ¡Qué lástima! Es que le dejé la escalera al vecino, y no pude bajar de ahí a las felicitaciones y a todos los buenos deseos que guardaba para vosotros”. No, sé coherente. Céntrate en más que desear, en intentar dar lo mejor de ti a los tuyos, a los demás, y sin que se considere un acto de egoísmo… a ti mismo también. Porque sí, porque te lo mereces. Porque, aunque parezca que antes de dar la turra reincidentemente en este párrafo, me haya bebido de un trago y a mano alzada el bote de “Mimosín”, mientras repetía cansinamente las frases más motivantes y diabéticas de Paulo Coelho… nada más lejos de la ficción. Lo que realmente ocurre, es que, mal que nos pese en ocasiones, somos humanos y tenemos sentimientos, e incluso corazón (de Rock ´n Roll como decían Los Suaves. No latino, como cantaba… otro).
Céntrate en más que desear, en intentar dar lo mejor de ti a los tuyos, a los demás, y sin que se considere un acto de egoísmo… a ti mismo también. Porque sí, porque te lo mereces
Por eso, estoy seguro que este año (autochute de optimismo al uso), todo cambiará. Que los tiranos serán derrocados. Que las guerras desaparecerán. Que todo el mundo, con la Constitución en la mano, se unirá en un coro al unísono, como si de un totum revolotum se tratase y leerán en voz alta el artículo 47, por decir uno que figura y no se cumple, y que habita en el interior de ella. Sí, ese… el de: “Que todos tenemos derecho a una vivienda digna…”. Ojalá, que esos derechos básicos sean considerados como lo que son: derechos, no ciencia ficción. Porque conviene recordar que vivimos en un país de divisas a la fuga, de libretas con contabilidades en B, de jetas que no se ponen coloradas ni cuando hacen negocio a base de mascarillas, y que no son las de “Loreal” precisamente, etcétera. Me gustaría que el país de los listos no lo fuese tanto, pues algunos, se pasan de frenada y llegan al cuarto pueblo sin pestañear.
“El Tridi”, al que nunca le salió papada, pues siempre estaba con la barbilla alzada; si no era bebiendo, era mirando el televisor del bar de la “Cloti”…
Recuerdo a un amigo de infancia y juventud: “El tridi”, que experimentó su propia transición, pues si de niños era nuestro guardameta en aquellos hirientes campos de tierra y rodillas que se regeneraban a cada partido, con los años, se reconvirtió en un respetado filósofo de barra y estrellas en su tiempo de ocio. De esos que parece que viven en los bares, porque siempre están ahí. Sí, seguro que todo el mundo conoce a alguno de ellos. Suelen tener el pie izquierdo de apoyo anclado en la baldosa, seguramente, que pisando con la suela parte del “Gracias por su visita” de una servilleta con archipiélagos de grasa, y con la puntera del pie derecho tocando el suelo, no sin antes, anteponer rígidamente la tibia en perpendicular. Codo apoyado, oscilante a la barra. En el caso de apoyar los dos con las lumbares rozando el taburete… ya puede ser que estemos ante un Platón carajillero de nivel “pro”. Pero a lo que iba: que “El Tridi”, al que nunca le salió papada, pues siempre estaba con la barbilla alzada; si no era bebiendo, era mirando el televisor del bar de la “Cloti”… tenía la sabia conclusión de que el mundo estaba hecho trizas, y que no íbamos a solucionar nada, porque éramos unos cobardes. Que los que antes coreaban aquello de: “Presupuestos militares para cervezas en los bares”, ahora ni tan siquiera se aventuraba a susurrar un: “Presupuestos militares para sanidad pública y hospitales”. Y así, vemos como la indignación se deja las uñas largas con el fin de arañar bien las conciencias. Así… negamos a nuestra propia revolución. Y por mucho que nos camelen para que nos dejemos hacer la manicura por las élites, daremos pulsaciones a tientas con las yemas de los dedos, cubriendo las letras que testarudamente se esparcieron por la vieja máquina de escribir entre espacios y campanillas que avisaban de la llegada del final de línea. Antes, nos morderemos con el colmillo afilado nuestro propio ímpetu, porque los dedos con los que señalamos, guardan la misma raíz entre ellos; son hijos de la misma mano. Puede hasta que acabemos agarrando de la cintura a la alegría en la conga de la vida. Y que seamos reiniciados ilusos por enumerar las vistas panorámicas del porvenir. Por traducir el frío a castañeteo limpio, con la sonrisa del intérprete loco, que conserva todavía la manía de contemplar horizontes que llevan a lomos el naranja crepuscular. Aquel sol escondido, con el que la tarde suicida nos vence, derrotando a menudo nuestro sueño. Resucitemos de una palmada a nuestra propia tozudez, porque tenemos la misión de continuar ensimismados en nuestro frotar de ojos, a la vez que el tiempo va borrándonos del mapa con la gasa envolvente que la niebla suelta a modo de beso.
Ahora, de todas formas, no seamos negativos. Empaticemos con ese 2023 que aparece ante nosotros, volando por el aire, como lo hacía Michael Jordan. Pero, por favor, aunque únicamente sea mirando de soslayo, que no se nos extravíe por ahí el nervio necesario para pedir a “esos muchos”, demasiados, a mi modo de ver… sí, “a los de arriba”: que dejen de tensar tanto la cuerda y apretar el cinturón ¿A quién? A ellos no. Ya no digo que nos pongan todo en bandeja, no, pero que no nos encesten contra tablero. Que lo hagan limpiamente. Porque a ver si un día nos da a nosotros por levantarnos de la mesa, y comenzamos a señalar faltas a tuti plen de manera justificada, como por ejemplo: por permanecer demasiado tiempo en la zona (de confort), o por robar dando manotazos. Que lo mismo, el tiempo de posesión le pertenece más a la calle de lo que creen. Puede incluso, que no nos haga falta colgarnos del aro. Tal vez, si nos detenemos por una vez delante de la línea de 6,75 y probamos a lanzar, metamos un triple. Pero mientras sigamos sentados en la banqueta, tapándonos la cara con la toalla y nos contentemos con observar las vetas del jamón que nos comemos de entrante… vamos a ser igual que aquel equipo que llevaban los Globbertrotters de sparring, la puñetera comparsa.
Ya no digo que nos pongan todo en bandeja, no, pero que no nos encesten contra tablero. Que lo hagan limpiamente
Eso sí, por si no tuviésemos suficiente con comulgar con ruedas de molino, digo yo, que nos convencerán con lo buenas que son las doce uvas envueltas en papel celofán que ya nos tienen listas. Cualquier año… nos las mastican y nos quedamos igual. ¡Pero venga! ¡No, no! ¡Que son los cuartos!
Luego, más tarde, tiempo tendremos para cantar una canción de cuna, pues como dice el Robe. “Duérmete, que te voy a cantar una nana tan cruel… érase una vez una humanidad”.
Feliz 2023 – Juan Letrastero