Mensaje Simon McBurney en el Día Mundial del Teatro
- Hoy 27 de marzo es el Día Mundial del Teatro
- Mensaje de Simon McBurney
Actor, escritor, director de escena británico, co-fundador del “Théâtre de Complicité”
A media milla de la costa de Cirenaica, en el norte de Libia, existe un vasto refugio rocoso de ochenta metros de ancho y veinte de altura. En el dialecto local se le conoce como Hauh Fteah. En 1951 el análisis de datación por carbono 14 demostró una ocupación humana ininterrumpida de al menos cien mil años. Entre los artefactos desenterrados había una flauta de hueso datada entre 40.000 y 70.000 años. Siendo un niño, al oír esto le pregunté a mi padre:
“¿Ellos tenían música?”
Me sonrió.
“Al igual que todas las comunidades humanas.”
Mi padre era un arqueólogo estadounidense, el primero en excavar en Hauh Fteah, en Cirenaica.
Me siento muy honrado y feliz de ser el representante europeo del Día Mundial del Teatro de este año.
En 1963, mi predecesor, el gran Arthur Miller, dijo en un momento donde la amenaza de guerra nuclear arrojaba su sombra sobre el mundo: “Cuando se nos pide escribir en un momento donde la diplomacia y la política tienen brazos tan terriblemente cortos y débiles, el delicado pero a veces amplio abrazo del arte debe soportar la carga de sostener unida la comunidad humana”.
El significado de la palabra drama deriva del griego “dran” que significa “hacer”… y la palabra teatro que procede del término griego “Theatron”, literalmente significa el “lugar donde se mira”. Un lugar no solo dónde miramos, también donde vemos, obtenemos, entendemos. Hace 2.400 años, Polykleitos el Joven diseñó el gran teatro de Epidauro. Con capacidad para 14.000 personas, la asombrosa acústica de este espacio abierto es milagrosa. Un diálogo desde el centro del escenario puede ser oído en todos los 14.000 asientos. Como era usual en los teatros griegos, cuando observabas a los actores, también podías ver el paisaje detrás de ellos. Esto no solo juntaba varios lugares a la vez, -la comunidad, el teatro y el mundo natural-, también unificaba todos los tiempos. De la misma manera que la obra evocaba mitos del pasado en el tiempo presente, podías ver más allá del escenario tu futuro final. La naturaleza.
Una de las revelaciones notables de la reconstrucción de “El Globo” de Shakespeare en Londres también está relacionada con aquello que vemos. Esta revelación tiene que ver con la luz. Tanto el escenario como el auditorio estaban iluminados por igual. Los artistas y el público se podían ver unos a otros. En todo momento. Dondequiera que mires hay personas. Y en consecuencia, se nos recuerda que el gran soliloquio de, digamos, Hamlet o Macbeth, no eran meditaciones privadas sino debates públicos.
Vivimos en un tiempo donde es difícil ver con claridad. Estamos rodeados de más ficción que en cualquier otro momento de la historia o la prehistoria. Cualquier “hecho” puede ser cuestionado, cualquier anécdota puede reclamar nuestra atención como una “verdad”. Una ficción en particular nos rodea continuamente. Aquella que busca dividirnos. De la verdad. Y de unos a otros. Y así, estamos separados. Las personas de las personas. Las mujeres de los hombres. Los seres humanos de la naturaleza.
Pero al igual que vivimos en un tiempo de división y fragmentación, también vivimos en un tiempo de inmenso movimiento. Como nunca antes en la historia las personas se están desplazando; muchas veces volando; caminando; nadando si hace falta; migrando; por todo el mundo. Y esto es solo el comienzo. La respuesta, como sabemos, ha sido el cierre de fronteras.
La construcción de muros. La exclusión. El aislamiento. Vivimos en un orden mundial tiránico, donde la indiferencia es moneda y la esperanza una carga de contrabando. Y parte de esta tiranía es el control, no solo del espacio, sino también del tiempo. Este tiempo en que vivimos renuncia al presente. Se concentra en el pasado reciente y en el futuro. Yo no tengo eso… Yo compraré aquello…
Ahora lo he comprado, necesito tener la próxima… cosa. El pasado lejano está destruido. El futuro sin consecuencias.
Muchos afirman que el teatro no puede ni podrá cambiar nada de esto. Pero el teatro no va a desaparecer. Porque el teatro es un sitio. Me gustaría llamarlo un refugio. Donde las personas se congregan e inmediatamente forman comunidades. Tal y como hemos hecho siempre. Todos los teatros son del tamaño de las primeras comunidades humanas, de cincuenta a 14.000 almas.
Desde una caravana de nómadas a un tercio de la antigua Atenas.
Y dado que el teatro solo existe en el presente, también cuestiona esta desastrosa visión del tiempo. El momento presente es siempre un tema del teatro. Sus significados se construyen mediante un acto comunitario entre el intérprete y el público. No solo aquí, sino ahora. Sin la actuación del intérprete el público no podría creer. Sin la creencia del público, la interpretación no sería completa. Nos reímos al mismo tiempo. Nos conmovemos. Nos quedamos sin aliento o enmudecemos. Y en ese momento, mediante el teatro descubrimos la más profunda verdad: que aquella que considerábamos la más privada división entre nosotros, los límites de nuestra propia conciencia individual, tampoco tiene fronteras. Es algo que compartimos.
Y no nos pueden parar. Cada noche reapareceremos. Cada noche los actores y la audiencia se reunirán de nuevo y la misma obra volverá a ser representada. Porque, como dice el escritor John Berge, “Muy dentro de la naturaleza del teatro hay un sentido de retorno ritual”, la razón por la cual ha sido siempre la forma de arte de los desposeídos, algo que a causa del desmantelamiento de nuestro mundo, somos todos. Dondequiera que haya intérpretes y audiencias las historias que no se pueden contar en ningún otro sitio se representarán, ya sea en las óperas y teatros de nuestras grandes ciudades, o en los campos que acogen migrantes y refugiados en el norte de Libia y en todo el mundo. Siempre estaremos unidos, en comunidad, en esta representación.
Y si estuviéramos en Epidauro podríamos levantar la vista y observar cómo compartimos todo esto con un panorama mayor. Porque siempre somos parte de la naturaleza y no podemos escapar de ello así como no podemos escapar del planeta. Si nos encontráramos en “El Globo” veríamos como preguntas aparentemente privadas se nos plantean a todos nosotros. Y si pudiésemos tener la flauta cirenaica de hace 40.000 años entenderíamos el pasado y el presente como indivisibles, y que la cadena que une la comunidad humana nunca será rota por los tiranos y demagogos.