Eroski Paraíso, un espectáculo que despierta entre el público una suerte de comunión colectiva
- Eroski Paraíso ofrece un trabajo fresco y empático de aire documental que explora la memoria colectiva
El grupo gallego Chévere, Premio Nacional de Teatro en 2014, presenta en Eroski Paraíso un espectáculo que explora la memoria colectiva, la deriva vital y la transformación de los afectos dentro de una comunidad de un pequeño pueblo gallego, en un trabajo fresco, divertido y empático. La función se verá en el Bergidum hoy viernes, 13 de octubre (21 horas), dentro de la programación de la Red de Teatros de Castilla y León.
Eroski Paraíso es el resultado de un trabajo de documentación previo sobre la sala de fiestas Paraíso, que funcionó en Muros entre 1972 y 1990. Allí se conocieron Eva y Antonio en 1989, como tantas otras parejas de la zona. Se casaron al quedar ella embarazada y su hija Alexandra nació al año siguiente, justo cuando cerró la Paraíso.
Como tantas otras familias, emigraron y anduvieron dando tumbos de un lado a otro. Veinticinco años después, encontramos a Eva de vuelta en Muros cuidando de su padre y trabajando en el supermercado que abrieron en el mismo local que ocupaba la sala de fiestas. Antonio sigue en Canarias. La hija quiere hacer una película sobre sus padres, sobre la distancia que sus vidas abrieron entre aquel paraíso y este supermercado, un retrato del desarraigo vital de toda una generación. Esta obra es una invitación para asistir a una de las sesiones de rodaje.
El trabajo ha obtenido cuatro premios María Casares (Mejor Espectáculo, Mejor Dirección, Mejor Actriz Protagonistas para Patricia de Lorenzo y Mejor Música) y el unánime elogio de la crítica por su frescura y por el trabajo actoral de Patricia de Lorenzo, Miguel de Lira, Cristina Iglesias y Fidel Vázquez.
La crítica ha señalado que estamos ante un «original y divertido intento de documentar la vida, que habla de reencuentros, de memoria y desarraigos, de un proceso de deriva social». El espectáculo se apoya en un humor directo, de diálogos ágiles, rápidos y naturales y aporta una mirada de melancolía amable hacia la juventud ochentera, con números tan memorables como el que reproduce el baile del tema de «Dirty Dancing», que se lleva de calle a cualquier público.
Otra baza del espectáculo es la cercanía y lo vivos que están unos personajes que respiran, son auténticos, cercanos y naturales. «El espectáculo pronto despierta entre el público una suerte de comunión o de empatía colectiva, que en teatro se da raras veces. Tan satisfecho se sintió el respetable, que el medio aforo de una función dominical pareció al cabo entusiasta aforo completo», dijo El País.